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Actualizado: 1 de mayo de 2025


En otros no es fácil indicar su origen, aunque indudablemente provengan de leyendas nacionales olvidadas, como Las doncellas de Simancas, comedia de las más brillantes y magníficas de Lope, que celebra á las jóvenes de Simancas, á cuya grandeza de alma se debió que su patria se libertase del vergonzoso tributo de las cien doncellas, que los cristianos habían de pagar anualmente á los infieles ; El primer Fajardo, El Príncipe despeñado, etc.

Don Martín era el único que le seguía en su marcha ilusoria por el porvenir. El campanero, el manchador, el zapatero y el Tato subían por la noche a las habitaciones de la torre sin llamar al maestro, y allí exhalaban su odio contra lo existente, frente a las estampas olvidadas, amarillentas y rugosas que reproducían los episodios sin gloria de la guerra carlista.

Si mi juicio, que será favorable, viniese, como espero, a coincidir con el del público, mis palabras llegarán a ser celebradas por verídico vaticinio. Y si el público no llega a apreciar lo que yo aprecio, mis palabras serán olvidadas, o bien me disculpará quien las recuerde, calificándome de indulgente y bondadoso aunque falso profeta.

Llegaron hasta él, como lejanas melodías voluptuosas y medio olvidadas, las ráfagas de una carne bien oliente, despertando su memoria sexual. El contacto de las ocultas redondeces, tibias y firmes, que se apretaban contra su pecho sin perder la turgente dureza, evocó en la imaginación de Ferragut una serie vertiginosa de escenas de amor.

Ora fuese resultado de su carácter extravagante, ora procediese de un prurito de resucitar añejas y olvidadas costumbres de la nobleza, ó simplemente por apartarse del vulgo, lo cierto es que su excelencia rodeaba á la condesa públicamente de un aparato de ceremonia y homenaje que recordaba los buenos tiempos de la caballería ó la refinada cortesanía de los salones de Luis XIV.

Largas y turbulentas veladas de amor, estabais lejanas, pero no olvidadas. ¡Qué impaciencia en la espera! ¡Qué alegría cuando llegaba! ¡En la posesión, qué completa entrega de alma y cuerpo! ¡Qué dulce laxitud en el reposo! Y en la despedida, ¡qué dulcísima pena! ¿Quién hacía la última caricia? Esto que era irrecordable.

Entonces, para no quedarse solo en el cielo, Dios bajó a la tierra, eligió entre todos un pueblo para y le dictó sus condiciones, que fueron olvidadas, por lo cual, más tarde, le envió con un hijo ad hoc un segundo mensaje.

La gloria de sus hazañas, algo olvidadas, le preocupó en los últimos instantes al disponer su sepultura.

La repetición de aquella imagen siempre en el mismo lugar; la renovación de cosas muertas, inútiles, olvidadas, todos los días a la misma hora puestas indiscretamente ante sus ojos le molestaba realmente.

En la pendiente opuesta al camino, interrumpido por este espacio, cuarenta y cinco encinas seculares, olvidadas por los leñadores, forman un grupo sin orden y a bastante distancia una de otra, cerca de la torrentera. Los brezos de color rosado, violeta y blancos, tapizan con un tejido tan aterciopelado y variado como la lana de Esmirna los espacios que hay entre las matas.

Palabra del Dia

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