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Voy a referirle todo el asunto a mi amigo Mill, el miembro del Parlamento por Derbyshire del Oeste, y pedirle que haga una interpelación en la Cámara de los Comunes. ¡Veremos qué dice a esto el nuevo secretario del interior! Será una píldora bien desagradable para él, no lo dudo. ¡Oh! ya tendrá preparada alguna disculpa oficial escrita a máquina, no tema usted rió Leighton.

Y el presente año de 1860, hasta el día en que escribo estas líneas, está entregado á la obstinada anegada de los vientos Oeste y Sur, que parece quieren traer sobre nosotros todas las lluvias del Atlántico y del grande Océano Austral. Contemplaba esta tempestad de un sitio grato y apacible, cuya dulzura no daba el más pequeño indicio de lo que iba á acontecer.

Toda la tierra es salitrosa y esteril, solamente se hallan algunos matorrales al oeste de la entrada, que pueden servir para leña para los navios: no hay pasto para los ganados, sino es tierra adentro, que se halla algun poco en las cañadas, donde hay manantiales, ni se halla un solo árbol que pueda servir para madera.

Los de Sarrió no producen efecto alguno medicinal: al contrario, todo el que se bañe allí se expone a erupciones, catarros, reuma y otros desarreglos tristísimos. Por la parte de Oeste, o mejor dicho Noroeste, la villa está resguardada de los vientos más vivos y constantes. El clima es, por lo tanto, suave y benigno: las epidemias no prosperan.

Quizá por tan poco simpático sistema de pesquisas o por aquella predisposición del Oeste, a tomar en broma cualquier principio o sentimiento que se exhiba con sobrada persistencia, las investigaciones del señor Tomás sobre el particular despertaron el buen humor de los viajeros del buque.

Y como si el demonio austral sólo esperase este tributo, cesó el viento Oeste, el buque no tuvo ante su proa la infranqueable barrera de un mar hostil, y pudo entrar en el Pacífico, anclando doce días después en Valparaíso. Ulises se explicó el grato recuerdo que deja este puerto en la memoria de los navegantes.

Y sin embargo, al poner proa al Oeste, siguiendo la misma latitud, refrescaba el aire, y el Almirante encontraba en las costas de Venezuela la isla de la Trinidad, «de temperancia suavísima según sus escritos , con tierras y árboles muy verdes y hermosos, como en Abril las huertas de Valencia, y la gente de muy linda estatura y casi blancos, más astutos y de mayor ingenio que los negros, y no cobardes».

A mi izquierda vislumbrábase la Saintonge, cuyas orillas seguía, en espectación, triste é insensible; á mi derecha el Medoc, del que me separaba el río, ofrecía una calma sombría; y detrás de , viniendo del Oeste, del Océano, se elevaba un mundo de negras nubes; aunque, de frente, una fuerte brisa terrestre de Burdeos parecía querer detenerlas.

Esta nacion, que probablemente se dió ella misma el nombre que lleva, habitaba la parte nordeste de la provincia, sobre las riberas del rio Itonama, desde la laguna grande hasta cerca de su confluencia con el rio Machupo; es decir entre los grados 13 y 14 de latitud sud, y los 65 y 67 de longitud oeste de París.

Ignoro qué ola del Oeste vino de través á herir traidoramente mi gran ola que con la mayor regularidad llegaba del Mediodía. En medio de ese conflicto, de improviso dejé de ver el sol; mi elevado promontorio fué invadido, no por un vapor erizado de espuma, sino por una enorme ola negra que, cayendo pesadamente sobre , me empapó de pies á cabeza.