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He aprendido a despreciar su odio y más aun su amor; he aprendido a sonreír, cuando el dolor me desgarraba el corazón con sus garras de acero; he aprendido a llevar la frente alta, cuando habría querido, de vergüenza, ocultarla en el polvo.

Ella fue mi salvación. Después de haberla visto me sentí renacer. Tal es el poder del amor: la sola existencia de un ser amado es una razón, la más poderosa razón para vivir. ¿Y eso es verdad, tratándose de cualquier amor? ¡No me hable usted de los obstáculos! ; yo odio, yo execro, yo querría, como ya he querido, matar al hombre que me la arrebató, y el odio transpira en mis palabras.

Por eso determinaron publicar un perdon para los autores de estos delitos, en tanto que los míseros judíos amedrentados con el popular tumulto, i temerosos de las iras de la plebe, no se determinaban á salir á las calles, i ya pensaban en cristianarse para salvar las vidas i haciendas del odio i de la ambicion del pueblo.

No se sulfure usted, amigo mío, que otra me parece que es su misión en la tierra; mire usted como yo hablo con toda tranquilidad.... Hombre, me parece que yo no he dicho.... Usted ha dicho ¿cómo condicionales? y a no se me impone nadie, vista por los pies, vista por la cabeza. Yo no odio al clero sistemáticamente, pero exijo buena crianza en toda persona culta....

Lo que el notario iba dejando en las habitaciones del primer piso aparecía misteriosamente en el desván, como si le hubiesen salido patas. Doña Cristina y sus sirvientas, obligadas á vivir en continua pelea con el polvo y las telarañas de un edificio que se desmenuzaba poco á poco, sentían un odio feroz contra todo lo viejo.

Al punto experimenté cierta alegría viendo a una persona conocida que había salido ilesa del horroroso luchar; un instante después el odio antiguo que aquel sujeto me inspiraba se despertó en mi pecho como dolor adormecido que vuelve a mortificarnos tras un periodo de alivio.

Aquí no podemos llevarnos las manos á la cabeza, aquí no se puede decir el Padre nuestro, aquí no se puede ni rezar, sin tener que hacer frente al dichoso franco. Odio esta palabra, ¡Qué sujeto tan descortés! ¡Qué persona tan atribulada y tan agresiva!

Y esto no debiera ser así, porque, al fin, yo soy un Esteven, mal que les pese, y ellos, los Vargas, en vez de simpatía debieran tenerme odio, y sucede todo lo contrario: el odio está aquí. ¡Ajo!... Bueno, ¿volvemos a lo mismo?

Yo estaba deseando llegar a un lugar cualquiera en donde se separaran Ugarte y Allen. Al encontrarse ambos fuera de peligro, se despertó entre ellos un odio feroz. Todo cuanto uno decía le parecía mal otro. Yo intentaba apaciguarlos, pero no era fácil siempre, dada la terquedad del irlandés y la irritabilidad de mi paisano. Luchamos con vientos fuertes durante tres días.