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Actualizado: 17 de junio de 2025


A la Virgen la requebraba en sus odas con un ardoroso flujo de epítetos que no se agotaba jamás. La Edad Media era el tema constante de sus ditirambos. Las catedrales góticas. ¡Ah, las catedrales góticas!

Creíase destinado a la inmortalidad; tenía un buen tomo preparado para darlo a la estampa, en el cual, como en muestrario de bazar, había de todo: elegías, odas, pequeños poemas, poemas grandes, epigramas, doloras, suspirillos germánicos, sáficos y octavas reales. La sala parecía tribuna del Congreso, que se hundía con los aplausos al terminar Berande su recitación.

Si no creyese yo que en las Odas de don Eduardo Marquina se revelan muy envidiables prendas de poeta lírico, no hubiera disertado tanto con ocasión de su lectura. Cuanto hay en ellas de bueno procede del propio ser del poeta.

Todos mis conciudadanos me brindaban presentes como un ídolo sobre el altar: unos, odas votivas, otros, mi monograma bordado en pelo; algunos, chinelas o boquillas, y todos, su conciencia.

Las Odas en este caso serían espantosamente revolucionarias, subversivas de todo el orden social vigente en el día. Yo no quiero comprometerme dando a semejantes cosas una aprobación que nadie me ha pedido.

A pesar del tema constante que presta unidad a las Odas, no puede negarse que el poeta acierta a evitar la monotonía y que hay bastante variedad en sus cuadros. La hermosura y la fertilidad de los campos están bien sentidas y a menudo dichosamente expresadas.

Viva y honda es casi siempre la percepción que el poeta tiene de lo grande y de lo hermoso de la naturaleza, y no pocas veces sabe comunicarnos el propio sentimiento suyo con maestría y sobriedad vigorosa. Aprobemos, pues, las Odas de D. Eduardo Marquina.

Escribió odas, epístolas, elegías y tragedias, y en prosa un ensayo de arte poético y un tratado de elocuencia académica, en los cuales tuvo la singular modestia de insertar ejemplos en verso y prosa sacados de sus obras, y además otros libros de filosofía y bellas artes.

En vano publicaba Cármenes odas y elegías, nadie las leía; pero la gacetilla más insignificante que pudiera molestar un poco a cualquier vecino, era leída, comentada días y días, y cuando había tiroteo de sueltos o comunicados, los habituales abonados no querían mejor diversión.

El industrial debe ocuparse noche y día en la fabricación de sus productos, el militar no debe perder de vista jamás la espada, el abogado no debe pasar un día sin pronunciar su discurso, el minero allá en su pozo arrancará noche y día el metal del seno de la tierra y el poeta en su gabinete compondrá desde que Dios amanezca odas, elegías y epitalamios.

Palabra del Dia

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