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»Oculte usted al mundo entero y ante todo a aquel a quien amo que me he dado la muerte. ¡Ojalá crea que lo que me ha matado es la alegría! Destruiré todo lo que pudiera revelar un suicidio: los únicos signos aparentes serán los de una muerte de aneurisma o de congestión. »Se lo suplico a usted desde el fondo del corazón; otórgueme usted todavía esta satisfacción suprema.

Fray Miguel contestó: Pretendo que seas conmigo franco y leal, como yo lo he sido contigo. Yo abrí para ti los más escondidos senos de mi alma y te mostré todos sus arcanos. Nada te oculté ni de mis pensamientos ni de mis pasiones. Mi espíritu, lleno de confianza en ti se te rindió por completo. Derecho tengo a que también seas franco y leal conmigo.

Así fué, en efecto; y como yo necesitara algunos días más de restablecimiento, él me esperó, y en uno de los últimos días de mayo o de los primeros de junio, luego que me despedí de mis obsequiosos protectores, correspondiéndoles como pude, y de Juan de Dios, a quien oculté el objeto de mi expedición, nos pusimos en marcha.

Cuando su pecho se levantaba o se bajaba, se habría dicho que obedecía a una fuerza extraña que lo dilataba y lo comprimía alternativamente. Su rostro pálido, color de cera, surcado por venas azules, estaba medio hundido en las almohadas y algunas delgadas guedejas rubias lo cruzaban, semejantes a reptiles. Oculté mi cara entre las manos: no podía soportar ese espectáculo.

La expresión de sus sentimientos acerca del tremendo anatema perdiose en la oscuridad de aquella caverna. «Al menos, desdichada, confiese usted su delito dijo Rubín, que deslizándose en las tinieblas había encontrado un cajón en que sentarse . No me oculte usted nada. ¿Cuántas veces, cuántas veces ha faltado usted a su marido?». La contestación tardaba.

Yo abrigaba algunas dudas al respecto, pero oculté mi decepción, y me extasié lo mejor que pude ante aquel objeto extraordinario, que a causa de la forma irregular de la iglesia, hallábase colocado en un hueco, de tal suerte que cuando predicaba el cura, las tres cuartas partes del auditorio no veían más que un brazo y un mechón de cabellos blancos que se agitaban con elocuencia, según las diversas fases del discurso.