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Actualizado: 19 de octubre de 2025
Llegó esta opresion á tanto extremo, que les quitaban las mujeres y los hijos para instruirles en su secta. Profanaban los templos y monasterios tan antiguos, donde habia depositados tantos cuerpos de Santos, y grande memoria de nuestra primitiva Iglesia que tanto floreció en aquellas Provincias, trocando el verdadero culto en falsa y abominable adoracion de su profeta.
Desde ese tiempo hasta que se fundó la Escuela de París, que fué la madre de todas las otras, se hallaban los Estudios solo en el Clero, porque estaban reducidos á la enseñanza que se daba en algunas Iglesias Catedrales, y en los Monasterios, por donde somos deudores al Clero, y por la mayor parte á los Religiosos, de habernos conservado el estudio de las Artes y Ciencias, así divinas como humanas, en siglos tan obscuros y tan incultos.
Sus monasterios iban borrando con sangre y con lágrimas el oprobio de los serrallos, la lubricidad de los baños y los divanes. Las tremendas virginidades monásticas desvanecían al fin, para siempre, la sombra de las Jarifas y las Galianas. El hisopo purificó las mezquitas exorcisando los mihrabs y las albercas de las abluciones. Muchas capas de cal habían ocultado y carcomido los arabescos.
Muy natural era, pues, que la gran familia benedictina alcanzase mayores beneficios allí donde mas servicios habia prestado, y que en las naciones de Europa mencionadas llegase á haber monasterios como el de S. Galo, el de Fulda, el de Murbaquio, el de Campidonia, el de Wisemburgo, el de Hirsfelden, etc., que mas que casas conventuales pareciesen, á semejanza de la de Monte Casino, verdaderas ciudades.
Puede decirse de los monasterios benedictinos de Europa en los siglos medios lo que de sus monges: todos eran iguales, sin mas diferencias que las dimanadas de los respectivos usos y necesidades de los paises en que se establecian.
Suevia, Turingia, Sajonia, Dania, Gocia, Suecia, Noruega, Polonia, Rusia, deben sus mas famosas universidades y sus ciudades mas opulentas á los monasterios.
Apenas sonó la última campanada, se acercó el abad á una mesa y tocó el timbre que servía para llamar al hermano lego de servicio, al cual preguntó en el dialecto anglo-francés usado en los monasterios ingleses durante casi todo el siglo catorce: ¿Han llegado los hermanos?
Soñó en la paz de los monasterios, en la ascética fruición de la celda durante los días y noches del invierno, en la deliciosa somnolencia de los rezos en los coros obscuros, entre el olor eclesiástico de los viejos barnices, de la cera, del incienso. El brutal desengaño que sufriera, días antes, al presentarse en la reunión, habíale llenado el pecho de asco y rencor hacia los hombres.
Habia escuelas en las basílicas y monasterios, y tambien bibliotecas, aunque estas no eran siempre lo que hoy entendemos bajo ese nombre.
Los bosques sombríos de los sitios reales, las arboledas obscuras del invierno, fueron y son sus paseos favoritos. Sus palacios de campo tienen techumbres negras, torres achatadas, con veletas y tétricos claustros, como si fuesen monasterios.
Palabra del Dia
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