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Y en el silencio mismo que sucedía, triste y terrible, a esas armonías imponentes, se distinguían ruidos extraños y conciertos misteriosos, como los que deben elevarse en las solemnidades del cielo.

Ahora, de aquella edad el recuerdo apenas resta, como quedan de una fiesta los misteriosos sonidos que retienen los oídos del bullicio de la orquesta. Soy planta, apenas crecida, arrancada del Oriente, donde es perfume el ambiente, donde es un sueño la vida: ¡Patria que jamás se olvida!

A un lado del gran espacio completamente libre vió Gillespie un grupo de hombres que iba descargando de cinco carretas varios cubos llenos de una materia blanca, así como ciertos aparatos misteriosos envueltos en fundas y una gran tela arrollada lo mismo que un toldo. Debía ser el primer grupo de barberos que entraba á prestar sus servicios.

Viene después la familia de los legendarios, que estaba a punto de desaparecer de la fauna, y que merced a ciertos trabajos misteriosos de la naturaleza poderosamente secundada por la sección de literatura del Ateneo de Madrid, ha vuelto a cobrar vida en estos últimos años. Los legendarios aborrecen la edad moderna y desprecian la antigua.

Además, al final de sus viajes estaba Marsella, y en una de sus callejuelas un salón rojo adornado de columnas simbólicas, donde se encontraba con navegantes de todas las razas y todas las lenguas, entendiéndose fraternalmente por medio de signos misteriosos y palabras rituales.

Ya desde 1829 venía metido en oscuros enredos y misteriosos trabajos, y por lo general su maquinación era doble, su juego combinado.

Apretó el paso pensando que Fortunata no debía de andar muy a prisa y que la alcanzaría pronto. «¿Será aquella?». Creyó ver la toquilla azul; pero al acercarse notó que no era la nube de su cielo. Cuando veía una mujer que pudiera ser ella, acortaba el paso por no aproximarse demasiado, pues acercándose mucho no eran tan misteriosos los encantos del seguimiento.

La diosa, vencida de tanta humildad, solía tenderle una mano y levantarle haciéndole jurar que no volvería más a quebrantar sus preceptos. De muy buen grado lo haría Miguel si no se huyeran de este modo los misteriosos deleites que gozaba en sus enojos.

Al mismo tiempo, unas manos delicadas y fragantes le tenían cerrados los ojos, mientras un hálito dulce le refrescaba la frente. El gabinete de la torre se henchía de vagos y tenues sonidos que su imaginación transformaba en conciertos misteriosos. Estaba tan fuera de que no sabía si se hallaba en realidad despierta, por más que conservase todas sus potencias.

Con su padre tenía toda la sinceridad posible; mas esos misteriosos deseos, esas dudas ingenuas que la mujer reserva para dichas en voz baja al elegido de su corazón, no salieron de sus labios. Las frases galantes y las lisonjas la infundían una previsión desasosegada, un terror vago que la impedía mostrarse complacida: era semejante a un pájaro que tuviese miedo a la red.