Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 29 de junio de 2025
Poníase en escena Roberto, y esta obra me recordaba mi primera entrevista con Arturo. Me expliqué entonces su tristeza, su preocupación, y pensé en que el mismo Meyerbeer no podría menos de concederle su perdón por no haber escuchado el sublime trío de Roberto.
Quise asegurarme de ello, y al terminar el ensayo, después del admirable trío del quinto acto, subí al piso segundo. Meyerbeer, que deseaba hablar conmigo, me acompañaba. Llegamos al palco, cuya puerta estaba entreabierta, y vimos al desconocido con la cabeza oculta entre las manos.
Al vernos entrar, volviose bruscamente, abandonó su asiento, y pude ver entonces que su rostro estaba cubierto de lágrimas. Meyerbeer se estremeció de alegría, y, sin decirle una palabra, le estrechó la mano con ademán afectuoso, como para darle gracias.
Era domingo, y el buque protestante lo anunciaba a sus gentes con este salmo instrumental, que recordaba a muchos una ópera de Meyerbeer. Se apagó al fin la música, sin otra consecuencia que haber turbado durante algunos minutos los ronquidos de los pasajeros, llamados inútilmente a la meditación y la plegaria.
Mis advertencias lo convencieron, y en recompensa del trabajo que me tomé con su famosa Memoria, me prometió al marchar enviarme una tragedia japonesa del siglo XVI, preciosa obra maestra desconocida por completo en Europa, y que había traducido ex profeso para su amigo Meyerbeer. Cuando murió el maestro, se disponía a escribir la música de los coros.
Meyerbeer era a los nueve pianista excelente, y a los dieciocho puso en el teatro de Munich su primera pieza La Hija de Jephté; pero hasta los treinta y siete no ganó fama con su Roberto el Diablo. El inglés Carlyle habla en su Vida del Poeta Schiller de un Daniel Schubart, que era poeta, músico y predicador, y a derechas no era nada.
Palabra del Dia
Otros Mirando