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Actualizado: 7 de julio de 2025


Escuchó sin pestañear la lectura que con monótona y quejumbrosa voz le endilgara su amigo Simplón. Y, después de oírla, meneó doctoralmente la cabeza a uno y otro lado, diciendo: Como ensayo, no está mal tu cuento-poema, Juanillo. Carece de lugares comunes, y esto demuestra tu buen gusto. Pero tu prosa no está del todo escrita, y sólo queda lo que está escrito.

Ramiro, pensando que podía referirse al asunto de los moriscos, meneó la cabeza negativamente. Acto continuo, como hombre resuelto a desatar el nudo de modo harto breve, vistiose el coleto de ante y ciñose la espada que le diera don Rodrigo del Aguila. Luego, desnudando la hoja, oprimió con ambas manos la guarnición sobre su pecho, para rezar de aquella guisa una larga plegaria.

La niña meneó la cabeza, apartándose del regazo de su madre, y procurando dominar su aflicción, como si se aprestase a una batalla, dijo resueltamente: Y, además... yo no puedo irme de aquí. No, no puedo. Pero ¿por qué?... Si eres ya una mujer y aquí están sólo las niñas... Y las mujeres también... ¡Pero, hija, por Dios! ¿Dónde están esas mujeres?... Las Madres son mujeres.

Meneó el peón la tostada cabeza. Un bocadito, un bocadito.... Y sin más explicaciones, emprendió otra vez su desmayada faena, manejando el azadón lo mismo que si pesase cuatro arrobas. Se resignó el viajero a continuar ignorando las leguas de que se compone un bocadito, y taloneó al rocín.

¡Oh perpetuo descubridor de los antípodas, hacha del mundo, ojo del cielo, meneo dulce de las cantimploras, Timbrio aquí, Febo allí, tirador acá, médico acullá, padre de la Poesía, inventor de la Música: que siempre sales, y, aunque lo parece, nunca te pones!

Entonces se acercó al estante sobre el cual se alineaban los volúmenes de lomos lucientes y dorados. Su mano buscó a tientas durante un momento por la pared y sacó algo azul en forma de rollo. ¡Aquí está, Roberto! exclamó triunfante. Vámonos. El joven meneó silenciosamente la cabeza.

Meneó violentamente la cabeza. Entonces, ; tu dimisión. ¿Y si dividiera la propiedad, o lo que queda de ella?... ¿qué te parece? No te da vergüenza muchacho? dije. No se vende la camisa que se tiene en el cuerpo, ni se hace fuego con la madera de la cama. Hablas de la cosa muy cómodamente, tío... ¿No estoy entre las manos de los usureros? Yo pregunto: ¿Cuánto es?

Después volvió la cabeza para verse la caída de faldas por detrás, tomó un abanico, dio el meneo a las varillas, que chillaron desarrollando un vasto paisaje poblado de amorcitos, y echándose aire con él, comenzó a pasear por la habitación, riéndose de misma y de la risa que a las otras dos causaba.

Cuando el canónigo, ansiando retirarse, preguntó a don Felipe si podía decentar, desde luego, el asunto de la pesquisa, el cuitado señor tardó un buen rato en darse cuenta de la consulta. Meneó, por fin, la cabeza afirmativamente y le dijo que ponía, del todo, en sus manos aquella delicada misión.

Palabra del Dia

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