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En junio de este año, Lope, "ferviente creyente, aunque gran pecador", según exacta frase del señor Menéndez y Pelayo, ingresó en la Congregación de San Pedro, de sacerdotes naturales de Madrid, aún hoy existente. En otoño del mismo año publicó los Triunfos divinos, a imitación de los Trionfi del Petrarca.

Claro está que muy fácilmente y con erudición de segunda mano, tomada de varios autores españoles, entre los cuales sobresalen Menéndez y Pelayo y Amador de los Ríos, pudiera yo extenderme aquí y convertir en libro este artículo para demostrar hasta la evidencia que todo el saber arábigo-judaico de España fue propio de los españoles, y que éstos, no sólo le crearon, sino que le divulgaron por toda Europa.

Finalmente, don Ramón Menéndez Pidal, en la obra varias veces citada, se expresa en estos términos: "Puede decirse que fué ella la prosa narrativa quien le imprimió su carácter definitivo haciéndole pasar de las hondonadas y laberintos en que se perdía al ancho campo que debía recorrer tan gloriosamente. Fué a su semejanza como se formó el nuevo drama, donde todo es acción, movimiento y vida.

Hasta el mismo Menéndez Pelayo, luego de haber examinado el ejemplar regalado por Castro a la Academia, en vista de los tipos con que esta impreso y la falta de licencia, cosa impropia del tiempo en que se supone hecho, sospecha que pueda ser esta una engañifa de bibliomano semejante a las atribuidas al Conde de Saceda, que parece hizo algo por el estilo con la Gramática de Nebrija y con los Dialogos de Pedro Mejía.

Lope, La viuda valenciana, B. A. E., XXIV, 76 c. "Pues siendo alcagüete intento A esta valança cargar Docientos, que me an de dar, Porque e tomado los ciento", Rojas, Cada qual lo que le toca, edic. D. R. Menéndez Pidal explica una frase análoga, Antología de prosistas, 196, nota 1. 'NARVÁEZ, Parte XIII. Dario, y no Darío.

Grillparzer en los países de lengua germánica; en Inglaterra la redacción de The Atheneum, Chorley y Ormsby, iniciaron la tendencia de colocar a Lope en el excelso lugar que le corresponde en el teatro español, tendencia que recibió consagración oficial entre nosotros cuando en 1890 don Marcelino Menéndez y Pelayo acometió la tarea de publicar la edición académica de las obras de Lope de Vega.

Don Marcelino Menéndez y Pelayo hubiera podido entonces decir sin rencor, hablando de América, en su obra titulada Ciencia española, que la ingratitud y la deslealtad son fruta propia de aquella tierra. El mismo Sr.

Sigue la versión de la Diana; pero, a juicio del señor Menéndez y Pelayo, conoce también la del Inventario, ya que hay en éste un breve episodio, suprimido en aquélla, que puede ser germen del tema de los amores de Narváez y Alara, asunto accesorio de esta comedia.

Doña Gertrudis guardaba con gran esmero una colección lujosamente encuadernada de Judíos Errantes y solía asegurar a los amigos que si el joven que firmaba sus acrósticos con una V y tres estrellas no hubiese fallecido de una tisis galopante, sería a la fecha el poeta a la moda, y que si otro muchacho, llamado Ulpiano Menéndez, que se ocultaba bajo el seudónimo de El Moro de Venecia, no se hubiera marchado a América a hacer fortuna en el comercio, sería por lo menos tanto como Zorrilla o Espronceda.

Tal vez logre el Sr. Menéndez, cuando hable de Juan del Encina, á quien califica del mayor poeta en aquel período y de D. Pedro Manuel de Urrea, que sobresale entre los aragoneses, infundirnos, al analizar y criticar sus obras, un concepto más elevado de nuestra inspiración poética de entonces.