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Que fuese literaria no tenía ninguna, al contrario, le parecía que en ese concepto podía competir con las mejores de Ayala... pero teatral... realmente teatral... eso ya era otra cosa. ¿Qué diferencia es esa, D. Jerónimo?... No entiendo... Pues se la explicaré a V., pollo. Llamamos entre bastidores, teatrales a las obras buenas y literarias a las malas. ¡Ah!

Por éstas se le puede diputar, si no como autor de señaladísima personalidad literaria, a lo menos, como uno de los más aventajados discípulos de Lope de Vega, cuyas huellas siguió tan constante y acertadamente, que a las veces se hace harto difícil diferenciarlos.

Forman la tercera serie de manifestaciones de la vida de la nación las pinturas burlescas y fantásticas, traducidas después á casi todas las lenguas de Europa, á las cuales tituló Sueños Quevedo, y á cuya especie pertenece también El diablo cojuelo, de Guevara, de tanto éxito, y, por último, la República literaria, de Saavedra Fajardo, obra ya más culta y perfecta.

EN la reforma posterior del teatro español tuvo notable influjo, por su crítica y por sus obras, un literato, que, no obstante profesar principios distintos de los maestros, y no poseer tampoco talento poético extraordinario, no debe, sin embargo, confundirse con los estúpidos pedantes y con los fabricantes mecánicos de comedias de su época, separándolo de ellos su formalidad y deseos patrióticos, y su educación literaria y su buen gusto.

Origen tan humilde y azaroso explica todas las calidades y defectos del Facundo; las fallas de justicia y de verdad que han sido ya denunciadas; los aciertos de intuición social y de belleza literaria que constituyen la esencia vital de este libro.

La fecundidad de nuestro poeta crecía con los años en vez de debilitarse; pocas veces pasaba un mes, y hasta una semana, que no se representase alguna comedia suya nueva, y pocas transcurría un año, en que no se publicase alguna otra obra suya literaria.

En España podemos jactarnos de la cantidad de lo que se ha escrito. Somos ricos en obras. No hay una sola lengua literaria, sino tres: la castellana, la portuguesa y la catalana. Y en cada una de estas tres lenguas, sobre todo en las dos primeras, ha habido un enjambre de fecundísimos autores.

Faltan las bibliotecas, los museos, los monumentos, las Academias, todos los templos del arte y del pensamiento humano: la vida espiritual, la vida literaria no existe.

Sólo uno era digno de respeto, el más viejo, el maestro; un autor de gran talento, siempre melancólico, como si las debilidades de su vida pesasen sobre su carácter, ensombreciéndolo con intensa tristeza. La ironía de sus palabras sonaba como una burla contra su frágil voluntad. Todos estaban más unidos por las aberraciones del gusto que por la admiración literaria.

Y es lástima grande que con tan brillantes cualidades, no sea el señor Cané más que un dilettante en las letras. Se nota que aquel autor no siente en la vocación del escritor; escribe como un pis aller. Dotado como pocos para ello, jamás ha considerado a las letras sino como un accesorio, y en el fondo se me ocurre que es el hombre más desprovisto de vanidad literaria.