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Actualizado: 7 de mayo de 2025
Francisco Sempere, mi compañero de empresas editoriales, que iniciaba entonces su carrera y era todavía simple librero de lance, publicó una edición de LA BARRACA de 700 ejemplares, al precio de una peseta. Tampoco fué considerable el éxito del volumen. Creo que no pasaron de 500 los ejemplares vendidos.
Me he ajustado con un librero para traducir del francés al castellano las novelas de Walter Scott, que se escribieron originalmente en inglés, y algunas de Cooper, que hablan de marina, y es materia que no entiendo palabra. Sesenta centavos me viene a dar por pliego de imprenta, y el día que no traduzco no como.
Desgraciadamente, esta profecía permanece guardada como santa reliquia en el almacén de algún librero que ha aceptado el tomo en comisión. Esta es una de las soluciones. Otra consiste en que D. Modesto Fernández y González interponga su influencia para que el Ministerio de Fomento le tome quinientos ejemplares con destino a las bibliotecas públicas.
Muy desalentado, confesé mi fracaso en el club. Allí se me recomendó que, antes que profesores, me procurase los muchos y profundos tratados de la materia... E inmediatamente escribí a mi librero: «No me mande usted las obras de Shakespeare y de Balzac que le pedí me enviara a la estancia.
Para vencer a los duendes del azar hay que tener un espíritu fuerte y sereno, como para dirigir multitudes. La voluntad y el ingenio pueden vencer a la mala suerte. El libro lo vende el editor Pueyo. Pero conste que no es réclame. No tengo el menor interés por éste ni por el otro editor. El librero, comerciante del cerebro ajeno, realiza el milagro de comer de los libros sin saber leer.
Llevome en seguida a una librería, después de haberme confesado que había publicado un folleto, llevado del mal ejemplo. Preguntó cuántos ejemplares se habían vendido de su peregrino folleto, y el librero respondió: Ni uno. ¿Lo ve usted, Fígaro? me dijo: ¿lo ve usted? En este país no se puede escribir. En España no se puede escribir. En París hubiera vendido diez ediciones.
¡Grave dificultad! Nadie se atrevía á pasar adelante. ¿Por qué la América, conocida ya, era tan difícil de descubrir? Porque se quería y se temía á la vez encontrarla. El sabio librero italiano, Colón, sabía bien lo que se hacía. Había estado en Islandia recogiendo las tradiciones; y, por otra parte, los vascos le comunicaban cuanto sabían de Terranova.
Inventó retratos de Colón, e inventó igualmente ridículas historias sobre la vida del Almirante y la injusticia y crueldad de los españoles. El librero Bry continuó Ojeda fue el autor de ese cuento soso e imbécil sobre «el huevo de Colón»... ¡La suerte de ciertas tonterías!
Para sacar de ellas algún producto, propuso al librero Villarroel que se las comprara; pero esté le replicó desde el principio, que de su prosa se podía esperar mucho y de sus versos nada; cedió al fin, é imprimió en el año de 1615 el tomo de sus comedias y entremeses, origen de tan extrañas hipótesis.
Más tarde, y empeñado el Sr. D. Antonio Cánovas del Castillo en que se imprimiese en castellano esta Historia, habló con interés á un editor y librero de Madrid, de cuyo nombre no hay necesidad de acordarnos, para que acometiese esta descomunal empresa.
Palabra del Dia
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