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Actualizado: 5 de junio de 2025
Su vista se fijó en ellas. El corazón le dijo que algo de muy interesante encerraban. Entonces las leyó con pausa, con interrupciones, con muy frecuentes interrupciones, porque el llanto se agolpaba en sus ojos y la cegaba y no le consentía que leyese.
Dile cuenta de mis determinaciones; y con esto, al otro día él se fue a Segovia harto triste, y yo me quedé en la casa disimulando mi desventura. Quemé la carta, porque, perdiéndoseme, acaso no la leyese alguno, y comencé a disponer mi partida para Segovia con intención de cobrar mi hacienda y conocer mis parientes, para huir de ellos.
Como cierta vez leyese esta frase de Pidal: «Jáctome de ser escolástico», Belarmino se dijo: «Te lo había olido; también Bellido se jactará de ser escorbútico....» La urraca no aprendía a hablar, pero Belarmino no se impacientaba, y resistía resignado aquel baño abundante de vulgaridad, más por su conveniencia y para no soltar las amarras con el mundo, que por interés didáctico hacia el avechucho.
Y, puesto que, aunque los conocía, no los sabía leer, anduve mirando si parecía por allí algún morisco aljamiado que los leyese; y no fue muy dificultoso hallar intérprete semejante, pues, aunque le buscara de otra mejor y más antigua lengua, le hallara.
Cuando recibió la carta del doctor Le Bris la releyó dos o tres veces sin comprenderla. Si la duquesa hubiera estado allí, le habría rogado que se la leyese y se la explicase. Pero rompió el sobre cuando ya había salido para dirigirse a toda prisa a la calle del Circo y no quiso desandar lo andado.
Y comenzaba a charlar alegremente o traían un cuaderno en que había copiado versos, algunos en francés, y éstos ella exigía que los leyese Adriana, porque los decía con una admirable pronunciación. Generalmente las Aliaga charlaban con volubilidad, proyectaban viajes, sin propósito ninguno de realizarlos y se daban bromas con jóvenes a quienes no veían desde largos años atrás.
El autor murió dejando escritos, en unos ocho tomos de la citada edición de Tauchnitz, ocho años sobre poco más o menos de dicha historia. Para escribirla toda hasta hoy hubiera sido menester en el autor la facilidad del Tostado y la vida de Matusalen, a fin de escribir doscientos tomos. Y hasta para leer toda la historia uno que no leyese muy de priesa tendría que consumir lo mejor de su vida.
Y los Señores, viéndose conminados de esta suerte, y con el fin de evitar la menor efusion de sangre, que seria una nota irreparable para un pueblo que tenia dadas tan incontrastables pruebas de su lealtad, nobleza y generosidad, determinaron, que por mi, el actuario, se leyese en altas é inteligibles voces el pedimento presentado, y que los concurrentes espresasen si era aquella su voluntad.
Dile cuenta de mis determinaciones; y con tanto, al otro día, él se fue a Segovia harto triste, y yo me quedé en la casa disimulando mi desventura. Quemé la carta porque, perdiéndoseme acaso, no la leyese alguien, y comencé a disponer mi partida para Segovia, con fin de cobrar mi hacienda y conocer mis parientes para huir de ellos.
A diferencia de mis compañeros, yo continuaba leyendo y estudiando. Ninguno se preocupaba de que yo leyese, ni de los libros que leía. Y lo que yo leía eran obras francesas e inglesas, y traducciones alemanas al francés y al inglés, sobre crítica bíblica. Me apliqué a meditar sobre el problema de los Evangelios sinópticos. Era evidente, ¡ay!, era evidente.
Palabra del Dia
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