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Actualizado: 9 de junio de 2025
Cuando no había actores, servían los muñecos, como leemos en el Quijote, de Cervantes, al tratar de maese Pedro, que recorría las aldeas y representaba con ellos la Historia de Gayferos y La bella Melisendra, ó bien los mismos habitantes del lugar se encargaban de los papeles, como aparece de otro pasaje de Don Quijote, en que el cabrero Pedro se expresa de este modo para celebrar al difunto pastor Crisóstomo: «Olvidábaseme de decir cómo Crisóstomo el difunto fué grande hombre de componer coplas, tanto que él hacía los villancicos para la noche del Nacimiento del Señor, y los autos para el día de Dios, que los representaban los mozos en nuestro pueblo, y todos decían que eran por el cabo .»
Hoy... ayer... siempre, á cada momento, leemos en la Prensa diaria noticias parecidas: «Anoche, el inspector señor Z. detuvo en su domicilio á X., reclamado por este Juzgado, por delito de falsificación...» Efectivamente, son incontables las veces que en el gran teatro amargo de la realidad se ha representado «La casa de la dicha». De aquí su fuerza, su terrible fuerza de lance humano y vivido; vigor que no proviene de la originalidad de los caracteres, ni de la novedad desusada del argumento, ni de las brillanteces artificiosas del estilo, sino del hecho mismo; porque en el teatro, donde un ademán, ó una inflexión de voz, ó un timbre que suena, pueden tener más elocuencia que una frase, la retórica es lo de menos.
Esta se funda en los documentos que leemos en Pellicer, págs. 41 y siguientes, y en otros varios autores antiguos.
Así como hemos visto los nombres igorrote y tinguian aplicados indistintamente á los infieles que habitan las montañas, así también hallamos en el norte de Luzón el nombre Kalinga tan generalmente aplicado á los montañeses de aquella región que, leemos en los escritos de los frailes señalarla con la voz de el Calinguismo.
Verdad es que leemos en Montalván, que Lope había renunciado en los últimos años de su vida á la poesía dramática por escrúpulos de conciencia; pero lo cierto es que continuó escribiendo para el teatro hasta el año de 1631, puesto que en el verano de este año compuso á ruego del Duque de Olivares una comedia, que se representó ante Felipe IV, la noche de San Juan , y que en la égloga á Claudio, de la misma fecha, aumenta el número de las escritas por él en proporción considerable sobre el indicado en el discurso preliminar de dicho volumen, induciéndonos, por tanto, á pensar, que su actividad literaria, en vez de debilitarse, se había aumentado durante este período.
Mi cuerpo y mi corazon, dixo el rey á Zadig... Oyendo estas palabras no pudo ménos el Babilonio de interrumpir á su magestad, y de decirle: ¡Ouanto celebro que no hayáis dicho mi alma y mi corazon, porque no oimos mas voces que estas en las conversaciones de Babilonia, ni leemos libros que no traten del corazon y el alma, escritos por autores que ni uno ni otra tienen; pero perdonadme, Señor, y proseguid.
Leemos á Longo, á Teócrito, á Apuleyo y nos asombra el observar que la vida de aquellos tiempos fuese tan semejante á la nuestra. Tomamos una novela ó un drama indios, y acaece lo mismo.
La celebración de tales fiestas escénicas se verificaba, no sólo en el teatro del Buen Retiro, sino también con alguna frecuencia en los jardines del palacio, y casi siempre con la exornación más artística. Así leemos, entre otras cosas, que en la noche de San Juan del año de 1640 se levantó un tablado en el estanque del Buen Retiro, para representar en él una comedia.
Lejos de eso, si á mí me fuera dado, no solo procuraria retemplarlo, sino que daria mucho por poder rehacer los libros poéticos de las antiguas religiones, que Vd. sabe leemos hoy en prosa, por haberse perdido la prosodia de los idiomas primitivos, sin embargo de que el perfume de su exquisita poesía, trasciende al través de las edades.
Ciertamente le contesté, porque los hombres como usted venden en París sus ediciones. En París no habrá libros malos que no se lean, ni autores necios que se mueran de hambre. Desengáñese usted: en este país no se lee prosiguió diciendo. Y usted que de eso se queja, señor don Periquito, usted ¿qué lee? le hubiera podido preguntar. Todos nos quejamos de que no se lee, y ninguno leemos.
Palabra del Dia
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