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Actualizado: 10 de julio de 2025


En los tres descansos se veían jardinillos bastante descuidados, pero que tenían ese encanto misterioso y poético que la Naturaleza presta a los lugares que el hombre le abandona. Los arbustos habían crecido desmesuradamente y tejían sus ramas, formando bosquecillos impenetrables. Las flores eran escasas y crecían donde los arbustos no les quitaban la luz.

Este verano, en Biarritz, ella y el chico de Fonseca se ponían de un modo por las noches en la terraza del casino, que era cosa de sacar fotografías iluminadas. Allá Cobo, antes de irse, hizo también algunos cuadros disolventes en los jardinillos. ¡, ; bien me ha comprometido esa chica! manifestó Cobo en tono cómicamente desesperado. Ya no tenías mucho que perder.

Unas treinta casitas, con tejados de madera cubiertos de obscuras siemprevivas, se alinean a lo largo del Sarre; de ellas se ven los mojinetes llenos de yedra y de madreselvas marchitas pues ya se acerca el invierno , las colmenas cerradas con haces de paja, los jardinillos, las empalizadas y los setos que separan unas viviendas de otras.

En alguna ventana se veía lucir tras los vidrios mojados la pálida llama de una lámpara, y por cima de los edificios notaba esa claridad indecisa que anuncia desde lejos el asiento de las grandes ciudades. Las calles estaban enlodadas, los jardinillos de las plazas encharcados con el continuo gotear de las ramas de los árboles, cuyas hojas aparecían como barnizadas por la lluvia.

Geranios, rosales de pitiminí y clavellinas, todo florido, pues ya he dicho que estábamos en Mayo, vimos nosotros en aquellos dos jardinillos tan graciosamente imaginados y dispuestos.

También entraban algunos hombres; pero el mayor número de ellos permanecía en los jardinillos formando corros, comentando noticias del día acabadas de leer en los periódicos que los vendedores voceaban en torno suyo con los últimos partes del Norte.

Nada más divertido que descubrir bajo el polvo de veinte siglos jardinillos semejantes a los de los Inválidos, con su surtidor microscópico, los pequeños patos de mármol y la estatuíta de Apolo en el centro. He ahí el dominio de un ciudadano romano que vivía de sus rentas en el año 79 de la Era cristiana. La alegría champañesa del doctor se recreaba dulcemente en medio de aquellos curiosos restos.

Pudo conocer entonces las dos señoritas cuyas voces llegaban hasta ellos; estas señoritas habían bajado, a lo que podía creerse, a uno de los jardinillos de bajo la torre con el fin de evitar el sol, y se paseaban del brazo protegidas por la fresca sombra de grandes rosales allí plantados; una de ellas, morena, pálida, con cara de arcángel, decía a la otra: Qué bien se está aquí para charlar, ¿no es verdad, hija?

Palabra del Dia

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