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Actualizado: 7 de septiembre de 2025
El indomable teniente paseó largo rato su furor por las calles, animando con vivas interjecciones a sus huestes, lanzándolas en persecución de los rebeldes como un cazador lanza su jauría en persecución de un venado.
Una contradanza de gobernadores y una hornada de altos funcionarios se habían hecho indispensables en aquellos días; y como las vacantes eran menos que los diputados ministeriales, hubo entre éstos disgustos, discordias y desavenencias, ya por razón de despecho, ya por razón de estómago; cundió la indisciplina, y de la noche a la mañana se halló el Gobierno en grave riesgo de perder la mitad de sus huestes.
En vano pugnaron las huestes del hagib por la integridad del Califato en los campos de Calatañazor; el Estado y el arte siempre mueren juntos.
Efectivamente, dos grandes y poderosas huestes iban a chocar en aquella planicie. ¿A qué describir el brillo de las armas, las empresas de los escudos, el ardor de los combatientes; el relinchar de los corceles y demás accidentes de la empellada refriega?
Su última derrota había sido en la batalla de Toro, donde militó en defensa de doña Juana, en las huestes portuguesas. Ya en el claustro, pensó que la paz le bastaría. Se propuso no aspirar sino a la paz, pero conoció pronto que la paz no le bastaba.
Durante la guerra de la Independencia sufrieron la ciudad y la provincia las varias alternativas de aquella prolongada lucha, y muchos de sus habitantes fueron a reforzar, como buenos aragoneses, las huestes de los zaragozanos en los memorables sitios, y las de otros puntos donde sus hermanos peligraban, no apartando entre tanto su vista de Teruel, a la que acudieron a socorrer en el sitio que sufrió de los franceses.
Pero ¿por qué me pides que envilezca del noble viejo las altivas canas, que su terrible maldicion merezca, si para que tu raza se ennoblezca tienes allí las huestes castellanas?
Todos los años al abrirse en los campos los rojos botones de las primaverales amapolas, tiene tambien que abrirse á impulso de las lanzas y saetas bereberes la ancha vena de la fecunda sangre cristiana; y hay años en que sobre la misma nieve dura el rojo matiz en el campo desde una á otra primavera, si por acaso al recogerse sus huestes á cuarteles de invierno, se encuentran con bandas enemigas asaz temerarias para cerrarles el paso de los montes . ¿Quién creerá, sin embargo, que no es la monarquía cristiana la que sucumbe, sino el Califato cordobés? ¿Quién podrá imaginarse que no va á ser el Catolicismo sino el Islam el que salga herido de muerte en los campos de Calatañazor?
Peñascales entonces, creyendo ver un abismo abierto a sus pies, cayó con un síncope, entre la rechifla de las huestes victoriosas. El nuevo Ministerio parecía complacerse en deshacer cuanto su predecesor había hecho. Eran ambos de una misma familia; y sabido es que las guerras intestinas son tanto más encarnizadas cuanto más afines son los beligerantes.
Sus canoas eran, como hoy en dia, muy largas y angostas; sus trages parecidos á los de los otros indios de la provincia: llevaban la cara pintada, y en los dias de gala se adornaban la cabeza con plumas artísticamente colocadas. A decir verdad, su gobierno se reducia á nada: los caciques no tenian la menor autoridad, y su cargo se limitaba á capitanear las huestes que se encaminaban al combate.
Palabra del Dia
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