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Veía en sus pesadillas arroyos claros y murmuradores, ríos inmensos; y buscando frescura para su boca, paseaba la lengua por las paredes mugrientas, sintiendo cierto alivio al contacto de la cal del enjalbegado. La privación y el encierro perturbaban su inteligencia con horribles delirios.

Difícil me sería contarle a usted lo que pasó por durante aquellas pocas horas de horrible tumulto en mi alma, las primeras que me hicieron conocer, con un mundo de presunciones, de delicias, una inmensidad de horribles sufrimientos: desde los más confesables hasta los más vulgares.

Las paredes estaban colgadas con tapices que se decía provenir de los Gobelinos, y representaban la historia de David y de Betsabé, y la del profeta Nathán, como se refiere en la Biblia, con colores aun vivos que daban aspecto de horribles profetisas de desgracias á las bellas figuras femeninas del cuadro.

añadió la anciana en voz baja ; ha pasado la noche en casa, y anoche, a esta hora, delante de todo el mundo, ese hombre, ese loco, nos ha contado cosas horribles. Catalina calló, y las comisuras de sus labios parecieron hundirse más.

Esto que yo escribo se llama una crónica. »Y al día siguiente, cuando al levantarme la veo en el periódico, aparto los ojos de ella avergonzado, y meto el periódico en el cajón de la cómoda. »Y otra vez principia otro día igual al de ayer e idéntico al de mañana: leo, paseo un poco, vuelvo a leer, torno a escribir las cosas horribles sobre los pequeños papeles.

Un moro, que se halla en la corte, como embajador del Rey de Granada, que se dice médico y astrólogo, profetízale las horribles desdichas que la crueldad de D. Pedro ha de causar á su familia, la muerte de Doña Leonor de Guzmán y del gran Maestre de Santiago, así como la de D. Pedro á manos del mismo D. Enrique.

Este drama, quizás con rasgos aún más rudos que los de El médico de su honra, nos demuestra la irritabilidad de este pueblo del Mediodía, cuando se tocaba al punto del honor, y los hechos horribles á que daba lugar.

Cuando me ponía a pensar que había venido de los confines de occidente, para traer a una provincia china la abundancia de mis millones, y que, apenas llegué, fuí saqueado y apedreado, me agitaba un rencor sordo y pasaba horas enteras en mi cuarto, meditando venganzas horribles. Retirarme con mis millones era lo más práctico y fácil.

Marchaba detrás Narcisa, muy tiesa, con la cara verde y el traje amarillo; llevaba en el pecho una margarita blanca muy marchita. Le habían puesto en los labios un candado cruel y tenía en los codos dos bocas horribles, abiertas por sangrienta desgarradura de la carne en una explosión de sapos y culebras.

Pero las tijeras al cortar, chis, chis, y las agujas al coser, cruj, cruj, no le decían ya aquellas cosas tan lindas que la hacían temblar de gozo, sino otras muy horribles, ¡ay! muy horribles. Quedaban sepultadas en su corazón. El mejor lector no leería en sus ojos grandes, hermosos y suaves más que el capítulo risueño de siempre.