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Actualizado: 31 de mayo de 2025
¡Oh, Alicia!... El príncipe lanzó esta exclamación con tono desesperado. Su presentimiento pasaba á ser una realidad; veía ya á aquel jovenzuelo moribundo poseyendo lo que él no había podido alcanzar. Sus ojos reflejaron una cólera homicida. Esta expresión hostil molestó á Alicia, transformándola en otra mujer.
Pensó en Gonzalo, y, como si su espada fuera parte viva de su persona, pareciole sentir a lo largo del envainado acero una fruición homicida, bárbaro goce de sangre y de muerte. Detúvose un momento, y aproximose a una de las ventanas. El cuadro invariable que había contemplado tantas veces desde la infancia se manifestaba ahora con otro sentido.
17 Y si con piedra de mano, de que pueda morir, lo hiriere, y muriere, homicida es; el homicida morirá. 18 Y si con instrumento de palo de mano, de que pueda morir, lo hiriere, y muriere, homicida es; el homicida morirá. 21 o por enemistad lo hirió con su mano, y murió; el heridor morirá; es homicida; el pariente del muerto matará al homicida, cuando lo encontrare.
Es como si se dijera «un homicida que no ha matado a nadie», o «un ladrón que no robó nunca». ¿Le parece poco delito al Sr. Weissbein el hecho de ser ruso? Rusia es un país demasiado frío, demasiado lejano y demasiado complicado, y a nuestra Policía le ha inspirado siempre muy hondas sospechas. En Madrid, Sr.
Pero olvidó su optimismo homicida, para añadir con cierta angustia: Lo que yo deseo es que me expliquen bien el tiempo de que puedo disponer para apuntar. No quiero equivocarme, y que me tomen luego por un ordinario, incapaz de comprender estas cosas. Conservaron sus pistolas los dos enemigos, con el cañón en alto.
Al fin se echó la escopeta al hombro, y con la vista en alto, como si persiguiese a un pájaro que saltaba de rama en rama, emprendió la marcha por entre los árboles y la maleza, evitando pasar otra vez ante la fragua. Anduvo ahora cuesta abajo, hacia el valle, huyendo de aquella montaña a la que le había arrastrado un impulso homicida, avergonzado de sus anteriores deseos.
Allí estaban la tía Brígida, la tía Jeroma, Elisa y la vieja Rosenda, que deseando hacer olvidar sus desacatos antiguos, se inclinaba sonriente y melosa delante de Flora y le besaba las manos. Detrás del enorme corro de la gente, con el rostro ceñudo y sombrío, hallábase el homicida Bartolo.
Huérfano de padre, el odio que desde pequeño había tenido al segundo marido de su madre, se había tornado en manía homicida. Constantemente golpeado con crueldad, castigado con un salvajismo que superaba en mucho a la severidad merecida por sus faltas, su carácter se había agriado.
Palabra del Dia
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