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En esto, Morsamor, así como Tiburcio que, vencedor de la caballería, estaba ya a su lado, vieron en el extremo del palacio, hacia donde estaba el harén y en una gran ventana que acababa de abrirse, una extraña figura que los llenó de pasmo. Nunca mujer más bella, elegante y majestuosa, había concebido Morsamor en su fantasía de poeta, ni había aparecido en sus más radiantes y amorosos ensueños.

"Mis versos se cantan por las hermosuras del harén, mis apuntes de historia el Visir los lee; nadie puede afrentarme por mis acciones, y para mayor fortuna, los buenos me quieren y los malos me odian. ¡Oh, buen Alá! ¡Cuán bien hice de aplicarme al estudio y no imitar al imbécil Catur!

Mutileder no se amilanó al saber que Echeloría estaba en el harén salomónico; antes dispuso quedarse en Jerusalén, espiar ocasión oportuna, y, no bien se presentase, asirla por el copete, arrebatando a la linda moza de entre las manos del Rey Sabio. No por eso pensó en hacer el más leve daño a Salomón.

Luego se repuso haciendo un esfuerzo, y con la mano izquierda, desnuda de la manopla que en la escarcela guardaba, asió a Urbási de la diestra, y guiado siempre por Tiburcio, buscó por donde había venido la única salida del harén. Al llegar al salón, donde el rey yacía muerto, Morsamor retrocedió horrorizado.

El astuto médico, con previsora serenidad y sin ninguna gana de acabar también trágicamente, desapareció como por ensalmo, yéndose por el lado opuesto al harén y escondiéndose donde pudo. Oportunísima fue la fuga. El entusiasmo heroico y destructor de los cuatro eunucos rayó en delirio y no tuvo límites al ver muerto y en medio de una charca de sangre a su querido y augusto amo.

Pasaron, y con ellos tus zambras, tus cantares, tus damas, escondidas en el celoso haren, de encantos y proezas tus cuentos singulares, tus amorosas pláticas en rejas y alfeizares, y en la callada noche los sueños de tu eden.

Y se sumía otra vez en su bienestar artificioso y refinado, con el egoísmo del sátrapa que, luego de ordenar varias crueldades, se encierra en el harén. Lienzos finísimos esparcidos al azar se arrollaban á su cuerpo ó le servían de almohada. Eran prendas interiores de ella, pétalos desprendidos de su hermosura, pantalones y camisas que guardaban la tibieza y el perfume de su carne.

Y á la vez, el recuerdo de las delicias de Nápoles, de aquel largo encierro de harén poblado de exasperadas voluptuosidades, renació en su memoria.

Nanar, en vez de contestarme, hizo venir al punto a todas las bayaderas y cantatrices que había en el alcázar: se entiende que fuera del recinto, harén o como quiera llamarse, reservado a sus mujeres. Las tales sacerdotisas de Milita pasaban de novecientas, y eran de lo más bello y habilidoso que a duras penas pudiera encontrarse en toda el Asia.