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En la Francia del siglo XVIII fue una calamidad aguda y pasajera, porque todo volvió a reacomodarse al centralismo tradicional; pero en la América latina, donde el cambio de régimen tuvo lugar también exabrupto, la ineducación política para el self government asumió las proporciones de calamidad continental crónica, porque la desconcordancia entre la constitución escrita y las costumbres existentes, entre el carácter fundamentalmente flaco de iniciativa, arbitrario y autoritario del habitante, irrespetuoso de la libertad ajena por estar educado en el régimen católico dinástico de la imposición y la sumisión forzadas, y el carácter esencialmente democrático de las nuevas formas políticas traídas de Norte América, que dejaban al descubierto toda esa incapacidad de conducirse que el régimen paternal acrecienta por el desuso en el rebaño y encubre por el exceso de gobierno, obligó a suplementar los poderes limitados del nuevo régimen con los ilimitados del antiguo, hasta convertir a los nuevos estados libres en simples despotismos democráticos, como lo fueron las repúblicas italianas de la Edad Media.

Con el espíritu del self government, se preservó también en la Gran Bretaña el amor a la justicia y el instinto de progreso, adormecidos en el continente por la confianza en la justicia divina y la esperanza del cielo para los pobres de espíritu; anquilosados en las civilizaciones de la India y la China por la institución de las castas cerradas y el mandarinismo, que oponían una barrera infranqueable a las capacidades particulares, y se salvaron precisamente por el sistema de las clases abiertas, pues la nobleza misma no era hereditaria sino el título de par y por el hijo mayor, quedando así la aristocracia interesada en la suerte de los comunes de la que participaban sus demás descendientes.

En el apogeo de su letal influencia sobre el espíritu humano, la doctrina del achatamiento de los vivos para el engrandecimiento de los muertos, aminoró tan considerablemente la capacidad del cristiano para el pensamiento y la acción en este mundo, que los árabes y los turcos, salidos de sus estériles desiertos a impulso de un nuevo y fresco fanatismo sobre otra astilla del mismo tronco, entraron en la cristiandad como tropilla de lobos en rebaño de carneros, y la coparon desde el Asia Menor, el Egipto y el África Septentrional hasta más adentro de los Pirineos, el Austria y la Polonia, donde fueron detenidos por un resto de energía humana, salvado de la inundación de providencialismo en aquellas poblaciones del noroeste, que tenían en el culto aborigen de la virilidad individual sobre la fe en mismos, la levadura del espíritu práctico, del que retoñaron, más tarde, los ingredientes del self government, el self help y el self control, primeros brotes de capacidad humana para la vida humana por iniciativa humana, que hicieron pasar a la Holanda y la Inglaterra en el siglo XVII el imperio del mundo que fue en el XVI de la España, doblemente entecada por los ocho siglos de fatalismo musulmán y católico a la vez, sobre la fe en el auxilio de Jesús y de Mahoma y los cuatro subsiguientes de fatalismo católico puro, sobre la confianza en el auxilio de la virgen y de los santos tutelares.

El antecedente de esta incapacidad para el self government y el de la barbarie, la ferocidad, la crueldad y el terror consecutivos estaban en la madre patria, donde el espíritu humano estuvo por más largo tiempo y más diametralmente alejado del sentimiento de la moral humana y de la idea de las instituciones libres, por el "deber sagrado de sumisión pasiva al altar y al trono" creado y encarnado por el catolicismo, y Robertson, en el lugar citado, los describe así: "El principal efecto de la inquisición se ve en España, donde el período sarraceno había sido de grandes fuentes de nuevo pensamiento y conocimientos.