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Los personajes más conspicuos de la corte pasaban por allí pagando su tributo; y hasta don Casimiro Pantojas había hecho una noche sus hilitas, sin más que un ligero percance, hijo de su cortedad de vista: equivocó el trapo con el rico pañuelo de batista de la dama vecina, olvidado encima de la mesa, y púsose muy afanado a sacar hilas de este, haciendo dos pelotones finísimos.
Sacramento no era hermosa, sino bonita: pequeña, delgada, extremadamente blanca, los ojos de un azul muy claro, los labios finísimos, tan pobres de color que parecían exangües: los brazos débiles, el talle largo, el pecho apenas pronunciado, todo el cuerpo menudo y grácil, como de adolescente que no ha llegado a su completo desarrollo.
El tejedor ejecuta su trabajo con el mayor esmero, sirviéndose del telar y los utensilios necesarios, pero haciéndolo todo á mano, pues ninguna máquina podría ejecutar los admirables caprichos de la moda, los bordados, los dibujos y matices finísimos que las sederías requieren cuando no son estampadas.
La buena mujer se santiguó. ¡Susmariosep! Simoun descubrió el tercer compartimento. Este estaba lleno de relojes, petacas, fosforeras y relicarios guarnecidos de brillantes y de finísimos esmaltes con miniaturas elegantísimas.
Era banquero muy rico, y parecía querer darlo a entender en su persona cargándola de oro y pedrería, de paños finísimos y de holandas impalpables; y además, caballero gran cruz de Carlos III, y capaz de pesar en oro al ministro que le diera el derecho de poner sobre el escudo de armas que ya usaba en sus tarjetas, siquiera la más modesta de las coronas nobiliarias.
Palabra del Dia
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