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Su cabeza se desvaneció en lluvia de polvo, y su enorme cadáver cayó a mis pies como las murallas de un alcázar. Entonces respiré, levanté los ojos y los fijé fieramente en las estrellas, y todas las estrellas fijaban sobre sus ojos de oro, pues en el desierto nadie había sino yo. ¡Oh, cuán dulce es respirar aquí con toda la holgura de su pecho!

Este dañoso ejemplo fué luego imitado por alguna plebe en varias ciudades de Andalucía, tales como Andujar i Córdoba, i á mas en otros lugares, donde, despues de ser fieramente heridos los judios i robados á mas, i de haber sufrido en sus personas i en las de sus mujeres otros insultos de tan bárbara canalla, no recibieron la mas pequeña reparacion en sus agravios; puesto que la justicia se hizo sorda á sus quejas, prefiriendo al castigo de los culpados, dejar abierta la llaga con la impunidad de un ejemplo tan dañoso, i mas llenos de soberbia i mas codiciosos de nuevas riquezas con el cebo de lo robado á los autores de tales delitos.

Ya tenían bastante; si querían algo más debían pagarlo por adelantado. ¡Qué falta de respeto! ¡Tratar así a personas que han hecho concejales, retirándose después a la vida privada...! Y miraban fieramente al cafetinero, mientras rebuscaban con furia en sus andrajos, con la indignación de una ofensa irreparable y mortal.

Exaltado el pueblo á la vista de tan bárbaro espectáculo, no pudo ya contener sus ímpetus: lanzóse como un tigre sobre los soldados de la nueva guardia, descuartizó á cuantos pretendieron oponerle resistencia, se dirigió al alcázar, prorumpió en alaridos y amenazas, protestó enérgica y fieramente contra la tiranía de sus reyes.

En oprimir tan inconsiderada i fieramente á los hebreos obraron los godos como el caballo que es amedrentado en una tormenta por los rayos que bajan desprendidos de las nubes, i que corre desbocado por salvarse, sin ver por donde camina, hasta que impelido por su misma furia se precipita sobre un caudaloso rio que va en aquella sazon hinchado con las continuas lluvias i mucho mas soberbio que suele, á perder en el mar sus aguas i su nombre.

Los españoles encontraban con asombro al mozo de Sanlúcar, de Triana o de un pueblecillo de Extremadura con el pecho pintarrajeado, corona de plumas y un anillo en la nariz, apoyado fieramente en su arco y barboteando trabajosamente un castellano que casi había olvidado.