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Actualizado: 29 de mayo de 2025
Emma era el jefe de la familia; era más, según ya se ha dicho, su tirano. Tíos, primos y sobrinos acataban sus órdenes, respetaban sus caprichos. Este dominio sobre las almas no se explicaba de modo suficiente por motivos económicos, pero sin duda estos influían bastante. Todos los Valcárcel eran pobres.
Era, sin embargo, cierto que había visitado en Caprera a Garibaldi, y confiádole una peregrina historia que explicaba por completo la desaparición de los papeles, sin culpa de nadie, por supuesto.
Todo se explicaba así con la misma verdad, y don Andrés alejaba de la mente de doña Inés hasta la menor sospecha. Juanita, después de haber declarado su amor a don Paco y después de tener por seguro que no procesarían a Antoñuelo, se puso tan contenta y se aquietó de tal suerte, que desistió de todo propósito de venganza contra doña Inés, a pesar de lo mucho que doña Inés la había molido.
Doña Inés, además, no veía nada alarmante en el suceso, y a ella misma y a sus amigos don Andrés y el padre Anselmo se lo explicaba del modo más natural. Suponía y decía con sigilo que su señor padre, aunque estaba sano y bueno y tenía más facha de mozo que de anciano, había empezado a envejecer, claudicar y flaquear por el meollo; culpa quizá de lo mucho que con él trabajaba y estudiaba.
El P. Jacinto predicaba también en el Foro, ó dígase en medio de la plaza pública, durante la Semana Santa. Allí se hacían todos los pasos á lo vivo, y el padre los explicaba en el sermón conforme iban ocurriendo. Así, había sermón que duraba tres horas, y siempre sin dejar el tonillo, lo cual no obstaba para que el padre expresase los más varios afectos, como piedad, dolor y cólera.
El hermano no podía ocultar su admiración cada vez que explicaba el significado de esta parte del altar, no obstante los años que llevaba enseñándola á los forasteros. Aquella figura de cera era de don Íñigo de Loyola, cuando aún no pensaba en ser San Ignacio ni en fundar la Orden.
Aquel Julio Lagos surgía para ella cubierto por la misma atmósfera de pasión que imaginaba sobre todas las cosas relativas a la familia de Aliaga. Además, en los ojos de Julio había visto, estaba segura, brillar el amor. En realidad, no se explicaba a sí misma por qué había dejado pasar un año sin volver a la casa, cuando tantos motivos de interés la atraían.
Flimnap continuaba dejando correr el chorro de su oratoria didáctica. Explicaba en estos momentos los diversos y brillantes períodos de la literatura nacional, aproximándose con la lentitud de un estratega prudente á la conclusión de que todo lo que habían producido varias generaciones de escritores era simplemente para preparar el advenimiento de Momaren.
Ya se explicaba perfectamente las melancolías, los suspiros ahogados de Nucha. Y mirándole a la cara y viéndola tan consumida, con la piel terrosa, los ojos mayores y más vagos, la hermosa boca contraída siempre, menos cuando sonreía a su hija, calculaba que la señorita, por fuerza, debía saberlo todo, y una lástima profunda le inundaba el alma.
El Vizconde, por el contrario, lo explicaba todo por el determinismo; aseguraba que toda persona era como Dios o el diablo la había hecho, y que no había poder en su alma para modificar su carácter y para que las acciones de su vida no fuesen sin excepción efecto lógico e inevitable de ese carácter mismo. Los ejemplos, en mi sentir, nada prueban.
Palabra del Dia
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