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Actualizado: 3 de junio de 2025
Es forzoso, por lo tanto, que consigne una gran satisfacción que tuve luego; mi vanidad de madre se manifiesta demasiado, ya lo comprendo, pero... En una sesión pública celebrada por la Academia de Mâcón, hará unas tres semanas, a la cual asistió una multitud inmensa, todo el consejo general, todas las notabilidades de la ciudad y sus inmediaciones, leyéronse muchos e interesantes trabajos; M. de Lacretelle, un capítulo de la «Historia de la Restauración»; M. Quinet, joven gallardo y distinguido por sus conocimientos, un fragmento de un «Viaje a Grecia»; Alfonso debía recitar versos, se le esperaba con impaciencia; cuando llegó su turno, resonó un aplauso general; la concurrencia se puso en movimiento gritando, la mayor parte, que quería verle; colocose en un sitio convenientemente elevado para poder satisfacer los deseos del público, y empezó por una breve improvisación en prosa, suplicando y agradeciendo la benevolencia de sus conciudadanos y manifestando cuánto era su agradecimiento por el anticipado favor que se le dispensaba; este exordio gustó muchísimo y los aplausos se repitieron con entusiasmo.
Después fue gradualmente levantando el gallo hasta retumbar en la iglesia como un trueno. Parecía obra de milagro que tal estentórea voz saliese de aquel corpúsculo liliputiense. Aunque es verdad que el calor de sus convicciones teológicas debía ser parte muy principal a fortalecerlo. A Andrés, que se dispuso a escucharle por recurso, le pareció muy bien el exordio del sermón, elegante, atildado.
Habla claro y alto: su exordio tiene corte griego y el sarcasmo va envuelto en la amargura sombría de haber vivido tantos años para alcanzar los tiempos en que bajo las bóvedas de Westminster se oyen las palabras que acaban de herir dolorosamente su oído.
Miren, ese es mi perro guardián dijo Magdalena a modo de exordio. ¡Oh, pero no muerde! añadió al ver la justa alarma de las dos pasajeras, que estaban sentadas en un ángulo, ¿verdad, viejo Tofi? Esta última pregunta iba dirigida al sagaz Joaquín. Voy a decirles una cosa, señores continuó Magdalena, después que hubo dado de comer y cerrado la puerta al pequeño plantígrado.
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