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Actualizado: 21 de julio de 2025
Buscó subterfugios para no confesar aquello, se engañó a sí misma, y el Magistral sólo supo que Ana vivía de hecho separada de su marido, quo ad thorum, por lo que toca al tálamo, no por reyerta, ni causa alguna vergonzosa, sino por falta de iniciativa en el esposo y de amor en ella. Sí, esto lo confesó Ana, ella no amaba a su don Víctor como una mujer debe amar al hombre que escogió, o le escogieron, por compañero; otra cosa había: ella sentía, más y más cada vez, gritos formidables de la naturaleza, que la arrastraban a no sabía qué abismos obscuros, donde no quería caer; sentía tristezas profundas, caprichosas; ternura sin objeto conocido; ansiedades inefables; sequedades del ánimo repentinas, agrias y espinosas, y todo ello la volvía loca, tenía miedo no sabía a qué, y buscaba el amparo de la religión para luchar con los peligros de aquel estado. Esto fue todo lo que pudo saber el Magistral sobre el particular; nada de acusaciones concretas.
El pañuelo arrastrado por el remolino de las cascadas, fué llevado á las malezas espinosas que se veían un poco más lejos en la superficie del agua. Mervyn fué á buscarlo, pero nos sorprendimos muchísimo al verlo de pronto revolverse convulsivamente, soltar su presa, y levantar la cabeza hacia nosotros arrojándonos lamentables aullidos. ¡Ah, Dios mío! ¿qué tiene? exclamó la señorita Margarita.
En otro lugar leemos: «En las escabrosidades de las altas montañas de todas las islas Filipinas, y en las espinosas de sus impenetrables bosques, habitan numerosas razas ó tribus de infieles, hasta cuyos desgraciados individuos no ha penetrado aún, por desgracia, la luz del cristianismo y de la civilización.
Ryp y van Stein, más tenaces, se quedaron allá; renegaron de su religión, y, convertidos al mahometismo, se casaron con moras, y eran los jefes de un aduar establecido en un pequeño oasis con unos cuantos pozos salobres, un bosquecillo de palmeras y acacias espinosas y arganes. Los dos renegados y los moros nos llevaron a Smiles, Allen y a mí prisioneros a su aduar.
Cuando iban cerca de tierra y pasaban rozando por encima de zarzales y plantas espinosas, creeríase que todas las púas se erizaban como garras para cogerla, y al volar por encima de un charco, los gansos de la orilla volvían de medio lado la cabeza mirándola, y con la esperanza de verla caer, corrían graznando tras ella:«Súbeme, amiguito-gritaba-, para no oír a estos bárbaros».
La cuestion de la certeza encierra tres muy diferentes, cuya confusion contribuye no poco á crear dificultades y á embrollar materias que, aun deslindados con suma exactitud los varios aspectos que presentan, son siempre harto complicadas y espinosas.
Palabra del Dia
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