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Actualizado: 7 de mayo de 2025
«Su señoría gasta ahora pocas palabras dijo Encarnación . Le hemos de poner dentro de un cántaro en un cuarto obscuro, como a las maricas, para enseñarle a hablar... ¿Quieres ver tú que pronto se despabila el pájaro? Pues enséñale el cañamón. Verás...».
Este laborioso industrial, luego que Melchor, de quien era padrino, llegó a los quince, quiso llevarle consigo y enseñarle aquel honrado oficio; pero tanto D.ª Laura como D. José consideraron esto como un insulto. ¡Melchor ortopedista, arreglador de jorobas, corrector de hernias, fabricante de muletas y aparatos tan feos!... Vamos, vamos, esto era monstruoso.
Al fin, el ingeniero francés, que por ser el autor de la fiesta mostraba una superioridad absorbente, se interpuso entre Elena y los demás hombres, ofreciéndola el brazo para enseñarle todas las bellezas de su invención forestal. Robledo aprovechó esto para tocar á Ricardo en la espalda, invitándole á dar un paseo por la arboleda.
Pero el rey, cansado de tanta prueba inútil, había hecho clavar debajo del cartelón otro cartel más pequeño, que decía con letras coloradas: «Sepan los hombres por este cartel, que el rey y señor, como buen rey que es, se ha dignado mandar que le corten las orejas debajo del mismo roble al que venga a cortar el árbol o abrir el pozo, y no corte, ni abra; para enseñarle a conocerse a sí mismo y a ser modesto, que es la primera lección de la sabiduría.»
El señor Dumais, a ruego de Francisca, se ha desvivido por acompañarle y enseñarle las curiosidades de la población, y, en una palabra, todos han puesto de su parte para que el arqueólogo encuentre en Aiglemont algo más que la antigüedad... ¿Ha encontrado, verdaderamente?... ¿Se lleva una impresión seria y duradera?... ¡Cómo quisiera saberlo!...
Pero ¿quién podría enseñarle la forma de hablar á una señorita sin asustarla?... ¿Dónde diablos se aprendía el arte de declararse á una persona decente?... En él las dudas no eran nunca largas ni dolorosas. ¡Adelante! Cada uno sale del paso como puede. Y una tarde, cuando Cinta iba del salón al dormitorio de su tía para traerle un libro piadoso, tropezó en el pasillo con Ulises.
Y para fortalecer su fe, un tanto quebrantada por las arremetidas de los burlones, se iba al día siguiente a ver a don Joselito, el cual parecía gozar amarga voluptuosidad, como descendiente de los grandes perseguidos, al enseñarle lo que él llamaba su museo de horrores.
Y como creyera ver en Maltrana un ademán de curiosidad, se apresuró a añadir: No; no puedo enseñarle ninguno de mis trabajos. Mi modestia me obliga a romperlos antes de acabarlos. Necesito que alguien me ayude y me empuje. Yo tengo ideas, muchas ideas; lo que me falta es el auxilio, la colaboración de un joven ilustrado que sea dueño de todo su tiempo para escribir: uno como usted.
La primera vez que la vio, en la primera visita que hizo a Körner, con motivo de enseñarle este ciertos planos y un presupuesto de una fábrica de productos químicos, gran proyecto del alemán; la primera vez que la vio, se quedó con la boca abierta, pasmado, sintiendo en la garganta hormigueos, y en todo su cuerpo una súbita juventud que no había tenido, propiamente hablando, en toda su vida. ¡Aquellas eran las carnes que él había soñado!
No le tenga lástima, señorita; es un diablillo, más travieso que un mico.... Lo que no hice yo para enseñarle a leer y escribir, para acostumbrarle a que se lavase esos hocicos y esas patas.... ¡Ni atándolo, señorita, ni atándolo! Y está más sano que una manzana con la vida que trae. Ya se ha caído dos veces al estanque este año, y de una por poco se ahoga.
Palabra del Dia
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