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Actualizado: 24 de septiembre de 2025
Ni a D. Juan ni a su hija se les pudo sacar una palabra; pero cierta doncellita enteró a todo el mundo de que D. Juan había rehusado en términos desdeñosos, que Granate hizo ostentación de sus millones y aun se autorizó el manifestar que Fernanda no encontraría un matrimonio más ventajoso. Entonces D. Juan se incomodó, le llamo zángano y lo despidió con cajas destempladas.
El más alto goce que Demetria experimentaba era cuando el tío Goro se decidía á pernoctar en la cabaña. ¡Un día más! Aquello de dormir vestida entre la yerba, porque allí no tenían camas, y de cocer las judías y sazonarlas y batir los puches ó picar la sopa, causaba á la doncellita una felicidad inexplicable.
Cedió en seguida la mayordoma: la ropa blanca era su dulce manía. Subieron al piso alto, amontonaron la ropa sucia en una gran cesta, pero antes de colocarla sobre la cabeza de la doncellita, D.ª Robustiana tuvo la condescendencia, para ella siempre sabrosa, de mostrarle una vez más los armarios de la ropa.
El gusto le había venido no se sabe cómo, por contagio tal vez de la atmósfera, dado que las señoras de su categoría no suelen alternar mucho tiempo con las chulas. Había tenido una doncellita nacida y criada en Maravillas. Esta fué en sus ratos de expansión quien le proporcionó mayor cantidad de vocablos y modismos.
Viendo sus esfuerzos defraudados, la doncellita adoptó el acuerdo de salirse de la estancia sin hacer ruido. El Sotillo le causaba ahora una impresión extraña, mezcla de dolor y de alegría, de agitación y de sosiego. Desde el día fatal, hacía ya más de un año, en que su esposo huyera para siempre, no había puesto los pies allí. Pero desde hacía ya tiempo soñaba con él.
Tales incidentes variaban un poco los iguales días de la doncellita leonesa, prestando atractivo al trato de su disimulado pretendiente.
Palabra del Dia
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