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Actualizado: 23 de julio de 2025
Las de Portomar no, mujer... esas no... hay un señorón liberal, allá en Madrí, que pidió por ellas.... Pero... ¿y cómo, quién te dio el dote? Verás.... Yo echaba todos los meses un décimo a la lotería... todos los meses. Tú ya sabes que la tía me hacía trabajar los domingos por la mañana; pero por las tardes, decía: «Anda, distráete... vete un poco a rezar a la iglesia». Bien.
Cada vez que le traían a D. Bernardo la noticia de una nueva calaverada, de un nuevo suspenso, se ponía a las puertas de la muerte, dejaba de comer, de hablar, de fumar, y se pasaba dos o tres días dando paseos por el corredor y lanzando de vez en cuando unos ayes sofocados, que traspasaban el corazón de su fiel esposa doña Martina. «Distráete, hombre; no pienses más en ello: vas a enfermar, y primero eres tú que él... Además, no todos los chicos han de ser modelos como Carlitos y Vicente...» D. Bernardo no hacía caso de estas justas observaciones, y sólo salía de su voluntario ostracismo cuando algún grave que hacer venía dichosamente a embargar su atención.
Que vayas allá a ayudar con buenos patacones nuestro derecho, que de todo hay necesidad: te daré un poder en forma, y... estás delgado, pálido, hijo mío; vete a la hermosa Nápoles; enamora, gasta, distráete; temo que te me mueras como se me murió mi hermano... y mi temor es muy natural. ¡Diablo! eres lo único que queda de mi familia... Iré a Nápoles, tío.
Barbarita I se adelantó, diciendo: «Extravagante, coge del brazo a la polla, y paséate un momento de aquí a mi gabinete, y de mi gabinete aquí. ¿Te sientes mal? Eso no es más que nervios. Distráete un poquito. Bárbara, anda». Moreno le dio el brazo a Barbarita II, y empezaron los paseos.
Palabra del Dia
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