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Actualizado: 24 de junio de 2025
Al día siguiente, Gertrudis se queda en cama, enferma. No quiere ver a nadie, y a Martín lo menos posible. Juan está sobresaltado. Las horas de la comida pasan tristes y silenciosas... Se extienden las sombras, cada vez más densas, alrededor del molino de Felshammer. El sol se pone una vez más. El cuarto día, Gertrudis está casi restablecida; Juan puede entrar en su cuarto y hablar con ella.
Rumiando con amargura todo lo dicho, anduvo don Paco sin reparar el camino que llevaba, hasta que le sorprendió la noche, oscura como boca de lobo. Ni luna ni estrellas se veían en el cielo, cubierto de densas nubes. Llovía recio y relampagueaba y tronaba.
Varios hombres de fuerza, con la inconsciencia propia, de su brutalidad, tiraron de una de las fajas de goma que estaba casi desprendida de la pared de plata. Inmediatamente seis de los cilindros de papel vinieron al suelo, partiéndose sobre las espaldas de los atrevidos que habían provocado el accidente, y al partirse esparcieron densas nubes de polvo rojo y picante.
Como santa promesa, allá, en la proscripción, brilló animando su corazón de bronce a la pelea. Lo recordaba: desolado, loco, la vió llorar, se estremeció a sus quejas, y sintióse morir con sus angustias, y sintióse ahogarse con sus penas... Nadie estaba en redor; ¡nadie...! tan sólo unas sombras muy lúgubres, muy densas, unas sombras que todo lo envolvían, porque la podre horrible no se viera.
Se obscureció el agua con una dilatación negra, como si se hubiese roto en sus entrañas una gran bolsa repleta de tinta. Subieron á la superficie densas burbujas de gases, que estallaron con un estrépito hediondo, y todos los cables se soltaron á la vez, cayendo inertes, como los segmentos de una serpiente partida, como los tentáculos de un pulpo desgarrado.
Decidimos, Zelayeta, Recalde y yo no entrar en clase, y, corriendo, nos dirigimos por el monte Izarra hasta escalar su cumbre. Hacía un tiempo obscuro, el cielo estaba plomizo, y una barra amoratada se destacaba en el horizonte; el viento soplaba con furia, llevando en sus ráfagas gotas de agua. Las masas densas de bruma volaban rápidamente por el aire.
Así fué descendiendo á las regiones inferiores, donde las tinieblas eran aún más densas. Braceó desesperadamente al sentir las primeras angustias de la asfixia, dando al mismo tiempo furiosas patadas en el ambiente líquido. Tenía la certeza de que iba á morir ahogado, y esto mismo comunicaba á sus fuerzas un nuevo vigor. ¡No quiero morir, no debo morir! se decía Edwin.
Después que nos batimos a satisfacción, y cuando se despejaron un tanto las densas nubes que oscurecían y turbaban su entendimiento, me marché a la Isla, a donde me acompañó deseoso, según dijo, de visitar nuestro campamento. En los días sucesivos casi ninguno dejó de visitarme. Su afectuosidad me contrariaba, y cuanto más le aborrecía, más desarmaba él mi cólera a fuerza de atenciones.
La agitaba negra tempestad de pasiones. De súbito se encapotó el cielo con densas nubes. Por breve rato hubo calma abrumadora como si algo pesado oprimiese el ambiente. Pero pronto se desencadenó la tempestad más furiosa. El viento del Norte sobrevino con ímpetu rabioso y sacudió y levantó las aguas del mar en gigantescas olas. Chocaron las nubes con estruendo.
Esas aguas nutritivas están densas de todo género de átomos crasos, apropiados á la muelle naturaleza de los peces, que perezosamente abren la boca y aspiran, sustentados como un embrión en el seno de la madre común. ¿Sabe el pez lo que se traga? Apenas. El alimento microscópico es como una especie de leche que se le ofrece sin solicitarlo.
Palabra del Dia
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