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Actualizado: 8 de mayo de 2025


Poco faltó para que la creyeran santa. La más leve falta le producía tal escozor en la conciencia, que no se contentaba con ir a pedir perdón de rodillas a aquella a quien había ofendido, sino que, al reunirse la comunidad a la hora de comer, se arrodillaba delante de todas y decía con lágrimas: «Hermanas mías, me acuso de haber ofendido a Fulana, de este o de otro modo, dando mal ejemplo a la comunidad», y también se acusaba de sus pensamientos malos: «Hermanas mías, me acuso de ser soberbia, de tener mucho amor propio y creer que hago las cosas mejor que ninguna.

Y hasta el amanecer estuvieron fantaseando sobre el porvenir, arreglando todos los detalles de la fuga. Ella partiría cuanto antes; él iría a su encuentro dos días después cuando hubiese renacido la confianza y todos la creyeran lejos, muy lejos. ¿Dónde se encontrarían? Primero pensaron en Marsella, pero era demasiado lejos. Después en Barcelona. Regateaban las horas y los minutos.

En el portal no se cabía, y todos los chicos del barrio se habían dado cita allí, cual si creyeran que sin ellos no podía tener lucimiento alguno la ceremonia.

Come, pues, alguna cosa repetí a Yolanda, haciendo un corazón con los labios para que los convidados creyeran que le susurraba un cumplimiento. Decididamente, la cosa no marchaba; sin embargo, yo me había bebido ya dos botellas de ese vino blanco, y empezaba a sentirme hinchado como un odre.

¡Qué buena era! había esperado la hora de la desgracia para venir, para ofrecer la reconciliación a sus hermanos arruinados; antes, de ricos, no quiso presentarse, sin duda, para que no creyeran que iba a pedirles favores, pero, ahora, que la suerte les había hecho iguales, venía, noblemente, generosamente, olvidando pasados agravios, a confundir sus lágrimas con las de la familia hermana.

No solo desobedeció esta órden trasmitida por medio del poder ejecutivo, sino que por disposicion de la Asamblea municipal de Valencia, en cuya ciudad se hallaba Paez entonces, el 30 de Abril reasumió el mando de que el Senado le habia separado, dando lugar este hecho á que todos los pueblos se creyeran autorizados á desconocer el legítimo gobierno, y pronto se vió la República envuelta en las discordias civiles.

Al fin, el gigante, aburrido de tantas mediaciones y no queriendo que los pigmeos le creyeran miedoso de su poder, accedió á salir de la Galería. Un zumbido inmenso se levantó del suelo saludando su presencia.

Sin embargo, marsellés y corsos eran tres buenas personas, sencillos, bonachones, y muy considerados para con su huésped, aunque en el fondo lo creyeran un señor muy extraordinario.

Palabra del Dia

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