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Era el único que podía tutearle, como un privilegio de la época en que el general frecuentaba la tienda del gachupín como simple peón, llevándose al fiado de comer y de beber. Además, este personaje opulento y respetable era el que se encargaba de figurar como único contratista en todos los servicios de las tropas.

Lo cierto es que la hija del rico ex contratista hacía a maravilla el papel de marquesa; que el marqués alimentó no poco la extenuada corriente de sus caudales con el copioso manantial del bolsón de su suegro; que éste parecía muy complacido viendo cómo lucían sus prodigalidades en la flamante jerarquía de su hija; que la encopetada sociedad de la corte, a pesar de sus escrúpulos y reparos de estirpe, propalados de oreja en oreja a escondidas de los despellejados, abría de par en par a éstos las puertas de sus salones, y que no eran las galas, ni el esplendor, ni el natural donaire de la advenediza, lo que menos se aplaudía en ellos.

El argentino quiso reir, como si dudase de la posibilidad de su muerte, acogiendo tales palabras con gestos alegres... Pero desistió de su fingido regocijo al ver que el contratista continuaba hablando con voz grave.

Interrogado por él sobre la naturaleza de este negocio, le había dicho: Yo soy empleado municipal, y puedo sacar con facilidad el corte de todo el sauzal de Palermo. Pagan veinte centavos por cada árbol y dejan éste a beneficio del contratista; pero hay que dar una garantía de dos mil nacionales y yo no los tengo.

Luego continuó la visita de la casa, llevando al contratista tras de sus pasos. Parecía arrepentido de su audacia y arrepentido al mismo tiempo de la docilidad con que había obedecido á aquella mujer. Pero por encima de tan opuestos sentimientos paladeaba una sensación de triunfo al recordar el contacto de aquella mano fina y olorosa.

En el principal vivía, al comenzar este relato, un pañero, contratista de vestuario de presidios, en cuyos tratos, por quedar clavado, hacía de redentor el fisco; ocupaba el segundo un sastre de gente chula, que era además teniente de Voluntarios de la Libertad, como entonces se llamaba a los milicianos nacionales, y se recogía de noche en la bohardilla un matrimonio, sospechado de no serlo, que pasaba el día en los soportales de la calle de Toledo labrando cucharas de palo y vigilando un puesto en que se vendían ligas, bolsillos de punto, castañuelas, navajas y tinteros de cuerno.

Parecía que esperase desde mucho antes esta proposición, como si ella misma se la hubiese sugerido lentamente al contratista. Pero no por ello dejó de hacer gestos de protesta, al mismo tiempo que sonreía y acariciaba con sus ojos á Pirovani. Finalmente pareció ablandarse, y prometió que estudiaría la proposición, consultando á su esposo antes de decidirse.

Además, muchos de los trabajadores del dique habían ido á Fuerte Sarmiento para asistir al entierro del contratista. Los otros estaban en el «Almacén del Gallego» ó formaban corros en las afueras del pueblo, discutiendo acaloradamente sobre la posibilidad de que se suspendiesen en breve los trabajos, quedando todos sin ocupación.