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¿Y están bien seguros de haber puesto en claro el origen de la propia montaña? ¿Viendo todas esas rocas, asperones, calizas, pizarras y granitos, podemos contar cómo se ha acumulado la masa prodigiosa, cómo se ha erguido hacia el cielo? ¿Podemos nosotros, pigmeos débiles, contemplándola en su soberbia belleza, decirle con el orgullo consciente de la inteligencia satisfecha: «La más chica de tus piedras puede aplastarnos, pero te comprendemos, y conocemos tu nacimiento y tu historia

Nunca me ha sido dado observar mejor esos curiosos movimientos del agua, que parecen dirigidos por un espíritu consciente y libre.

Abandonado á mismo, y sin disfrutar otras luces que las del instinto animal, el cretino puede alguna vez hacer cosas que serían superiores á la fuerza de un hombre inteligente y consciente de su valer. Me contaba á veces mi compañero el pastor cómo había caído en una grieta del ventisquero, y cuando hablaba de ello, todavía se dibujaba el espanto en su semblante.

Sin él, jamás podrá concebir la mente humana, por muchos siglos que emplee en la transformación, cómo podrá nacer lo más de lo menos, de lo que no se mueve lo que se mueve, de lo que no vive lo que vive, de lo inconsciente lo consciente, y de lo que no entiende la inteligencia.

Al entrar en la pieza nos encontramos con el médico, un tal doctor Glenn, hombre joven y más bien agradable, que estaba asistiéndolo. Blair se hallaba en ese momento completamente consciente, y escuchó la opinión médica sin alterarse.

Cabe pensar en que progresivamente se encarnen, en los sentimientos del pueblo y sus costumbres, la idea de las subordinaciones necesarias, la noción de las superioridades verdaderas, el culto consciente y espontáneo de todo lo que multiplica, a los ojos de la razón, la cifra del valor humano.

Proclamando que la vida es un engaño, que no hay distinción entre los sentimientos del nombre consciente y las ciegas potencias de la Naturaleza, que todo se reduce en el mundo a un mecanismo impasible, no creía tener ya razón de vivir y su vida era una continua muerte.

Es que, dando yo aún inmenso precio a mi vida, la daría, la vertería toda en el seno de la naturaleza, en una efusión de amor hacia ella y hacia el ser inmenso que lo ha creado todo y que todo lo llena. Pero no, yo no dudo de mi inmortalidad individual y consciente.

Le enamora el eterno desenvolvimiento de la idea, y su conciencia rechaza el cambio perpetuo, y el pensamiento de que provenga ya nazca lo más de lo menos, lo consciente de lo inconsciente, el ser del no ser. Para afirmar en su mente la existencia de un Dios personal y de la inmortalidad del alma, vuelve con amor a las monadas de Leibnitz. Dios le parece la monada eterna e infinita.

Cuando el padre se retiraba ya, murmurando «Adiós, Nuchiña, hija querida», la novia le asió la diestra y se la besó humildemente, con labios secos, abrasados de calentura. Quedó sola. Temblaba como la hoja en el árbol, y al través de sus crispados nervios corría a cada instante el escalofrío de la muerte chiquita, no por miedo razonado y consciente, sino por cierto pavor indefinible y sagrado.