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Actualizado: 17 de mayo de 2025


Poníanse, , de vez en cuando a modo de parejas la mitad de los concurrentes, y dábanse con la mayor intención de ánimo sendos encontrones a derecha e izquierda, y aquello era el bailar, si se nos permite esta expresión. Mi amigo no encontró lo que buscaba, y según yo llegué a presumir, consistió en que no buscaba nada, que es precisamente lo mismo que a otros muchos les acontece.

Poníase los Viernes de cada semana en el Verano, desde salir el Sol hasta ponerse, en un lugar público, dispuesto á responder á quantos argumentos quisiesen hacerle los concurrentes, sin comer, ni beber, ni descansar en todo el dia.

Sólo alguna que otra vez, y a hurtadillas, sus grandes ojos negros se volvían, como a pesar suyo, hacia el lado de Cecilia, que trabajaba sin mirarle y sin hacer de él más caso que de los demás concurrentes. Me convencí de que me había equivocado, y mis conjeturas eran falsas. El pobre joven podía amar a Cecilia, pero Cecilia no pensaba en él.

Sólo algunos parroquianos viejos, de solvencia probada, venían á beber de pie ante el mostrador. Don Antonio el Gallego había cortado violentamente el crédito á la mayor parte de los concurrentes, y para apoyar su voluntad de no dar nada al fiado, tenía un revólver en cada cajón del mostrador y el hermoso rifle americano debajo de su asiento.

El duque, después de haber recibido las enhorabuenas de todos los concurrentes por su regreso y curación, tomó asiento enfrente de la condesa y entró en la narración de todo lo que el lector sabe.

Eran estos indígenas muy aficionados á la música, la danza, y mas que todo á los festines, donde reinaba el desórden, fomentado por el abuso de las bebidas fermentadas. En tales reuniones la inmoralidad llegaba á tanto, que se brindaban recíprocamente sus mugeres, obligándolas á prestarse ya al uno ya al otro de los concurrentes.

Eran las ocho de la noche y entraban los primeros concurrentes. No me hable usted de la juventud, señor don Ramón, la juventud del día no sirve para nada decía a mi tío un caballero flaco, de cuarenta años largos, con una fisonomía garabateada por la barba y las arrugas del cutis. Tiene razón, doctor, los jóvenes no sirven para nada.

Era que todos los concurrentes se habían escurrido uno a uno al leer en la mirada siniestra de Quiroga que aquélla era la última postura. Al año siguiente se contentó con mandar al remate una cedulilla así concebida: «Doy dos mil pesos, y uno más, sobre la mejor postura. Facundo Quiroga

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ciencuenta

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