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Actualizado: 23 de mayo de 2025


Desde entonces Dunsey no ha vuelto a la casa, ¿verdad? ¿A casa? no replicó Godfrey , y haría bien en no volver. ¡Qué imbécil soy, me lleve el diablo! Debiera de haber sabido que las cosas iban a concluir así.

Hasta nos reímos muchas veces de sus manías, y no dejamos por eso de estimarla, ni nos creemos superiores a ella... Al llegar aquí sus ojos tropezaron con los de su capellán, que había cesado de reír y le clavaba una mirada fría y aguda como un puñal de Albacete. La pobre señora quedó acortada y sólo tuvo ánimos para concluir con voz más baja: ...Al menos, eso me pasa a ...

Lo estaremos desde hoy en adelante. Para concluir, os voy á decir lo último en que debemos quedar convenidos, y eso porque es urgentísimo. Sepamos. Destierro del padre Aliaga. ¡Hum! ¡eso es algo difícil! ¡Destierro del padre Aliaga! dijo Uceda, como quien repite una orden que no admite réplica. Haré cuanto me sea posible. Separación del lado del rey y de la reina. Bien.

Después le acompañaría a don Ciriaco en la derrota de Cádiz a Filipinas, y, tras este viaje de un año o año y medio, me quedaría en San Fernando para concluír mis estudios de náutica. Mi viaje como agregado fué desde Liverpool a la Habana, en el bergantín Caridad, con el capitán Urdampilleta.

Esta nueva industria le permitió ensanchar un tanto sus negocios principales; con tan buena mano, que al concluir los dos años de su estancia en la villa, se encontró con un capitalito de más de seis mil duros, libre y desempeñado.

Hay que reconocer que ese hombre tenía que concluir de mala manera; pero eso no quita que una le tenga lástima. Estuve muy mala aquel día, y a ratos me entraban ganas de llorar. Mal se portó conmigo, muy mal... ¡Ah!, ya veo yo que todo se paga en este mundo». ¡Pobre señor! exclamó Fortunata . A también me dio lástima cuando lo supe.

Murió el 19 de abril de 1686. Algunas loas y sainetes suyos, y el fragmento de la comedia Amor es arte de amar, que dejó sin concluir, se encuentran en las Varias poesías sagradas y profanas que dejó escritas D. Antonio de Solís, recogidas por Don Juan de Goyeneche: Madrid, 1692.

Cuando le notificaron el cese, nuestro ciego no experimentó más emoción que la sorpresa; allá en el fondo casi se alegró, porque le dejaban más horas desocupadas para concluir su misa.

Veinte veces se le ocurrió que era preciso concluir. ¿Pero cómo? No se atrevía. Iba á concluir mal. ¡Qué horror! Y para terminar mal, valía más no terminar, seguir hablando, siempre, siempre, siempre. Buscaba el final y no podía encontrarlo. ¡Y el final es tan importante! Podía rehabilitarse en un momento de inspiración. ¡Oh! la idea de concluir sin un aplauso le daba horror.

Palabra del Dia

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