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No; porque ciudades de la misma región y de naturaleza idéntica son animadas, alegres, festivas, jucundas, como decía el pomposísimo Cicerón. Los villaverdinos son de semblante triste, y en sus labios tiene la risa dolorosa expresión, como en gentes contrariadas y pesimistas.

Ahí tengo un prólogo empezado para una obra que pienso escribir, en el cual trato de decir modestamente que no aspiro al título de sabio: que las largas convulsiones políticas que han conmovido a la Europa y a a un mismo tiempo, las intrigas de mis émulos, enemigos y envidiosos, y la larga carrera de infortunios y sinsabores en que me he visto envuelto y arrastrado juntamente con mi patria, han impedido que dedicara mis ocios al cultivo de las musas; que habiéndose luego el gobierno acordado y servídose de mi poca aptitud en circunstancias críticas, tuve que dar de mano a los estudios amenos que reclaman soledad y quietud de espíritu, como dice Cicerón; y en fin, que en la retirada de Vitoria perdí mis papeles y manuscritos más importantes; y sigo por ese estilo...

Virgilio, Cicerón, Tíbulo, y el mismo Horacio, que imprimieron semejante carácter al genio romano, ¿no habían nacido por cierto, como nosotros, durante las espantosas luchas civiles de Roma, entre el barullo de las proscripciones de Mario, de Syla o de César?

Suele en los tratados de ética comentarse un precepto moral de Cicerón, según el cual forma parte de los deberes humanos el que cada uno de nosotros cuide y mantenga celosamente la originalidad de su carácter personal, lo que haya en él que lo diferencie y determine, respetando, en todo cuanto no sea inadecuado para el bien, el impulso primario de la Naturaleza, que ha fundado en la varia distribución de sus dones el orden y el concierto del mundo.

Me dispuse a seguir los consejos del «pomposísimo Cicerón», y de tardecita, poco antes de que sonara el «Angelus», me encaminé a la casa de Castro Pérez. Vivía a espaldas de la Parroquia, en un caserón vetusto y sombrío. Cuando llegué al zaguán me tentado de retroceder e ir a charlar a casa de don Procopio. Hice de tripas corazón y avancé hasta la puerta del despacho.

Candido, que se habia criado no juzgando de nada por propio, estaba muy atónito con todo quanto oía; y á Martin le parecía el modo de pensar de Pococurante muy conforme á razón. ¡Ha! aquí hay un Cicerón, dixo Candido: sin duda no se cansa Vueselencia de leerle. Nunca le leo, respondió el Veneciano. ¿Qué tengo yo con que haya defendido á Rabirio ó á Cluencio?

La doctrina de los Libros Sagrados, así en asuntos Históricos, como en Morales, es la mas pura y perfecta. En lo Moral, quien haya leido á LAERCIO, SEXTO, EMPÍRICO, PLUTARCO, CICERON, SENECA, donde se hallan los sentimientos de los Filósofos antiguos, verá, no Moral arreglada en ellos, sino monstruosidades y errores enormísimos.

El tratado de las Leyes de Cicerón, que reproduce en forma filosófica las antiguas leyes de Roma, contiene también una sobre el celibato. En adelante repuso la abuela con buen humor, tendré en gran estima a Dionisio de Halicarnaso y a Cicerón. Ignoraba que esos señores fuesen tan amigos míos...

Te desafió entonces a que citaras un solo caso en que los romanos se hubieran apartado de una ley lógica sin apartarse de la justicia. Allí su derrota fue completa, porque le replicaste en seguida: "Leyes lógicas y justas condenaban como un delito el proceder de Cicerón en el asunto de Catilina.

Pero sin disminuir por malas artes su gloria, lo presente te galardona con fama imperecedera, y lo futuro te la conservará.... Cicerón dijo que es buen orador el que agrada al pueblo. Complácele, pues, que ninguno discrepa de opinión; antes todos claman unánimes que lo óptimo es lo que Lope dijere, y esta ley es regla poética.