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Actualizado: 16 de septiembre de 2025


Resuena acaso el canto levantado En los oidos sordos de la muerte? Cabezas que animó fuego sagrado, Manos dignas del cetro y de la lira, Yacen talvez en túmulo ignorado En este campo que ninguno admira. No leyeron el libro portentoso Que enriquece del tiempo la corriente: La pobreza con soplo silencioso Congeló de sus génios el torrente.

Si te hirió un proyectil, a tu caída, rayó el alba entre negras tempestades; ¡cada gota de sangre de tu herida fué semilla de nuestras libertades! Con tus lanzas tomaste nuestras villas, venciste al César con su plan de engaños; hizo tu talibóng su trono, astillas, ¡Rompió su cetro de trescientos años! Nos salvó tu estrategia. ¡Cuántas muertes evitaron por nuestras legiones!

Durante la batalla, y hasta que cerró la noche, los habitantes de Grand-Fontaine habían visto al loco Yégof, de pie, en la cima del pequeño Donon, con su corona en la cabeza y el cetro en alto, transmitiendo órdenes, como un rey merovingio a sus imaginarios ejércitos. Lo que aconteció en el espíritu de aquel desdichado cuando vio a los alemanes en completa derrota nadie puede saberlo.

Así es que inmediatamente quedaron desencantados los tres mancebos. La China y la Tartaria fueron dichosas bajo el cetro del Príncipe. La Princesa y sus amigas lo fueron más aún casadas con aquellos hombres tan lindos. El Rey Venturoso abdicó, y se fue a vivir a la corte de su yerno, que estaba en Pekín.

Suelta el cetro de caña con que riges el engañoso mundo que posees, y sombras vanas con afan diriges. Deja caer la máscara arrogante con que encubres tu bajo pensamiento de bien y de grandeza vergonzante. Hipócrita insensato, que de soberbia en insondable abismo, en tu loco arrebato te mientes la grandeza áun á mismo.

Y de entre estos hombres de guerra altivos, crueles y caballerescos, que paseaban su arcabuz como un cetro, su casco abollado como una corona, sus harapos como una gloria, surgían Ercilla, Cerotes, Calderón y tantos otros ingenios.

Y dirigiéndose a la puerta con gran satisfacción de Luisa, que no apartaba los ojos del cuervo que golpeaba los cristales con las alas, dijo alzando el cetro: Dos veces... Y salió. Hullin prorrumpió en una sonora carcajada.

A las entrañas de la nube el rayo Y el cetro a la infecunda tiranía. Todo esto está muy bien. ¿Quién no lo aprueba? ¿Quién no lo aplaude?

Dice el Rey: Este primero contiene De mi autoridad el cetro, Que es la insignia que le dan Al Rey, para que á su imperio Quede obediente el vasallo. Este espejo es el segundo, Porque es el Rey el espejo En que se mira el que es noble; Y no hay rincón tan pequeño A donde no alcance el sol: Rey es el sol. La espada que estás viendo Desnuda en esotro plato,

La fama del teatro español, que con tan rápido vuelo se elevara, pasó al principio de este período mucho más allá de las fronteras de la madre patria, llegando, no sólo á los países extranjeros, sujetos al cetro de los soberanos de la Península, á Nápoles y á Milán, á Flandes y América, sino también á otras naciones, en donde se representaron, imprimieron é imitaron los dramas españoles.

Palabra del Dia

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