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REY. Ofendido del rigor, De la violencia y porfía De don Tello, yo en persona Le tengo de castigar. SANCHO. ¡Vos, señor! Sería humillar Al suelo vuestra corona. REY. Id delante, y prevenid De vuestro suegro la casa, Sin decirle lo que pasa, Ni a hombre humano, y advertid Que esto es pena de la vida. SANCHO. Pues ¿quién ha de hablar, señor?

El más hermoso de los frutos era el que ellos se ofrecían, y cuando uno cometía una falta, su madre tenía que castigar a los dos, porque el uno no quería acusar al otro. Más tarde se enamoraron de la misma mujer, y la mataron para que no perteneciese a ninguno de los dos. Eran españoles, perdonadles.

No obstante, os prometo dirigirme á Coves y hacer todo lo posible para descubrir y castigar á esos bandidos por aquellas cercanías, tratándolos de suerte que no piensen en nuevas expediciones ni desembarcos.

Vio al cochero levantarse en el pescante y castigar con todas sus fuerzas a los caballos, sin que éstos aceleraran su marcha ni se oyera tampoco el chasquido del látigo. Procuraba Adriana, vanamente, recordar las circunstancias en que sin duda desistiera de casarse con Muñoz.

Porque su valor y disciplina militar, su constancia en las adversidades, sufrimiento en los trabajos, seguridad en los peligros, presteza en las ejecuciones, y otras virtudes militares las tuvieron en sumo grado, en tanto que la ira no las pervirtió. Pero el mismo poder que Dios les entregó para castigar y oprimir tantas naciones, quiso que fuese el instrumento de su propio castigo.

El general deseaba castigar á los vecinos principales de Villeblanche, y él había considerado por su propia iniciativa que el dueño del castillo debía ser uno de ellos. El deber militar, señor... Así lo exige la guerra. Después de esta excusa reanudó los elogios á Su Excelencia. Iba á alojarse en la propiedad de don Marcelo, y por esto le perdonaba la vida.

Sólo que Dios tiene mucho que hacer, para perder el tiempo en castigar a los pícaros... Lo cierto es que estas cosas les preocupaban. Y más que todo, la conducta incalificable del niño de la casa, de Quilito, en aquellos días de junio.

Fue sólo después de llevarla a la casa y de haber procedido al lavatorio necesario que se acordó de la necesidad de castigar «para que la niña se acordara». La idea de que podía escapar de nuevo y hacerse daño lo impulsó a realizar un acto extraordinario y por primera vez se determinó a recurrir a la carbonera, pequeña alacena situada junto al hogar.

Para castigar á los directores de una asonada revolucionaria perjudicial para los grandes intereses de la comunidad todos los medios son igualmente aceptables, y tanto da uno como otro; desde el consejo de guerra sumarísimo hasta la convencional y elástica "ley de fuga".

A veces los sellaban en la mano con un hierro candente, y á los que no llevaban este sello los solían castigar con azotes, y hasta con la muerte.