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Actualizado: 12 de octubre de 2025
Mi padre me significó el deseo de que me presentase candidato para diputado á Cortes en las próximas elecciones. He visto en ello un medio muy adecuado para ejercitar mi voluntad desmayada, y le respondí que tendría mucho gusto.
Has de saber, Anita mía, que yo tengo para ti un novio, paisano mío. Vuélvete a casa, que allá iré yo y te hablaré del asunto. Aquí sería una profanación. El candidato de Ripamilán era un magistrado, natural de Zaragoza, joven para oidor y algo maduro, aunque no mucho, para novio. Tenía entonces la señorita doña Ana Ozores diez y nueve años y el señor don Víctor Quintanar pasaba de los cuarenta.
En cierta ocasión he asistido con un amigo a estas reñidas elecciones. Mi amigo no se presentaba candidato, mas sin saber por qué ni cómo, quizá para dar en la cabeza a algún ambicioso, lo cierto es que al efectuarse el escrutinio, mi amigo salió nombrado presidente de la sección de derecho canónico. Su alegría y sorpresa fueron tan grandes, que estuvo a punto de caer desmayado en mis brazos.
Durante el largo trayecto de algún punto a otro, departían calurosamente los expedicionarios sobre los azares de la elección, o discreteaban los acompañantes de nuestro candidato, o le pintaban muy lisonjero el desenlace de la campaña, con el fin de hacerle el viaje más divertido. Pero ¡ni por ésas!
Allí montaron los siete, y partieron a trote menudito, entre las sombreradas de los que quedaban en el mesón y la afanosa curiosidad del vecindario, que había acudido en masa a las inmediaciones de la venta para conocer al candidato, de cuya riqueza se contaban maravillas en el pueblo. Allí empezaba para don Simón, si no lo más difícil, lo más penoso de la campaña electoral.
Y todo lo que alababan era obra del otro, de Mesía. Cuando este quería castigar a alguno de los suyos, le ponía enfrente de un candidato reaccionario a quien había que dejar el triunfo.
Era, pues, necesario, para ganarse simpatías y prosélitos, hacer por los electores un poquito más que el más rumboso de los candidatos; y como don Simón era rico, y en ciertas ocasiones no se paraba en barras, autorizó a sus agentes para que hiciesen saber en el distrito que él daba a sus votantes lo mismo que el candidato de oposición, más dos docenas de castañas, y, en caso de apuro, un cigarro de dos cuartos.
Aquí hay que hacer un esfuerzo, don Simón dijo Lépero mientras el tabernero volvía . Es preciso, aunque sea con repugnancia, beber, y beber de largo. Pero, hombre respondió don Simón asustado , ¡si yo no pruebo jamás el vino! Es que nunca ha sido usted candidato. En fin, haremos un esfuerzo exclamó éste con heroica resignación.
Los jefes de los diversos grupos electorales preferían ser engañados sirviendo al Gobierno, a ser servidos a medias por un charlatán con el desacreditado título de candidato independiente.
El gobierno surgido de la revolución deseaba dos cosas á la vez: hacer unas elecciones que pareciesen legales y sacar triunfante de ellas al candidato que tenía escogido, y á nadie más. Varios generales se presentaban también como candidatos, amenazando con hacer una revolución si no salían triunfantes.
Palabra del Dia
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