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Había pensado saludar á ustedes á su paso por la villa, pero tuve la mala fortuna de llegar á la plaza precisamente en el momento de arrancar el carruaje que estaba detenido frente á la tienda de D. Marcelino. Al pronunciar estas palabras sonrió con beatitud, y los condes siguieron su ejemplo. No por ser lejanas dejan de ser bonitas.

Fortunata deseaba aprender; pero ni con la paciencia ni con la atención sostenida se desarrollaban sus talentos caligráficos. Estaban ya muy duros aquellos dedos para tales primores. El hábito del trabajo en su infancia había dado robustez a sus manos, que eran bonitas, aunque bastas, cual manos de obrera.

Aparisi era mucho más joven, hombre que presumía de pie pequeño y de manos bonitas, la cara arrebolada, el bigote castaño cayendo a lo chino, los ojos grandes, y en la cabeza una de esas calvas que son para sus poseedores un diploma de talento.

Había una vez un comerciante que tenía tres hijas muy bonitas, sobre todo la más pequeña a quien quería mucho. 5 Toda su fortuna consistía en un barco que tenía en el mar, con el que hacía sus negocios. Por entonces lo había mandado muy lejos y estaba aguardándolo, cuando le dieron la noticia de que se había ido a pique.

Raúl balbucía y se contradecía mil veces, fingiendo una cortedad que era un homenaje a la virtud de la huérfana, que no podía menos de agradecérselo. Así, cuando el joven se despidió deshaciéndose todavía en excusas, Liette pensó sin la menor sospecha: ¡Pobre muchacho! Bonitas comisiones le encarga su tío...

JESSY. ¡Dispénseme usted, maestro...! El exclamó: «¡Qué piernas tan bonitas tienes...! Con unas piernas semejantes, ¿no se te ocurrió nunca hacerte del teatro...?» TALMA. ¿Y usted se negó...?

Yo he visto al señor Chermidy hace tres años y le aseguro por lo tanto que su esposa no es viuda. ¡Tanto mejor para él! ¡Diablo! ¡Marido de la señora Chermidy! Es una sinecura que le debe proporcionar muy bonitas rentas. ¡Así es como se hacen juicios temerarios! El señor Chermidy es un hombre honrado y hasta un oficial de algún mérito.

Recrear la vista. ¡Como son ustedes tantas y tan bonitas!... Por cierto que me ha chocado ver cómo se las arreglan ustedes de manera que pasan siempre por la Plaza, sea cualquiera la procedencia que traigan.

Nazaria tenía la hermosura que por extraña amalgama de los tipos humanos, hace simpático al descaro. Lucía enormes amatistas montadas en pendientes de filigrana como relicarios, de modo que parecía llevar en cada oreja el pectoral de un obispo. Sus manos eran bonitas y gordezuelas, y los anillos que de antiguo llevaba no se le podían sacar, porque su carne había crecido y el oro no.

A la samaritana se le aguaron los ojos, y pensó en lo que sería ella convertida de chica en señora, la imaginación limpia de aquella maleza que la perdía, la conciencia hecha de nuevo, el entendimiento iluminado por mil cosas bonitas que aprendería.