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Actualizado: 22 de julio de 2025
Una era de Serafina, que no había parecido por casa de Emma hacía tres o cuatro días; escribía esta vez a Bonis, sin acordarse de lo tratado, que era no escribirle a él, y le decía que se sentía mal y con disgustos repugnantes por causa de una letra de Mochi, que no había llegado. Le pedía consuelo, una visita y.... algunos duros adelantados.
Es verdad dijo Bonis . La pasión no conduce a nada nunca, nunca.... Justamente prosiguió el alemán . Y fácil les será a ustedes ver que aquí, en rigor, no hay nada.... Ni Bonifacio desconfía del tío, ni el tío de Bonifacio, ni nadie pone en tela de juicio su legítimo derecho. Cada cual tiene los suyos objetó Nepo.
Esto era otra cosa; un sentimiento austero, algo frío, poético, eso sí, por el misterio que le acompañaba; pero más tenía de solemnidad que de nada. Era algo como una investidura, como hacerse obispo; en fin, no era una alegría ni una pasión. Y daba vueltas Bonis en su lecho, impaciente, como en un potro, conteniéndose tan sólo por cumplir el racional precepto de D. Venancio.
Emma le presentaba las cuentas de la modista, que subían a buenos picos, y él pagaba sin chistar. También hubo que hacerle ropa nueva a Bonis, pues su mujer sólo en este punto tenía buena idea de la dignidad de un marido.
Entre los brazos de Emma, Bonis oía de cuando en cuando gritos que le estallaban dentro del cráneo. «¡Bonifacio! ¡Reyes! ¡Bonifacio!» le decían aquellos tremendos estallidos, y reconocía la voz del barítono, y la del bajo, y la del que cantaba en Lucrezia: Vivva il Madera! Vino el día y se durmió la triste pareja.
Antonio lloraba, y Bonis le seguía viendo la semejanza consigo mismo, según se había visto al espejo la noche en que murió su madre; pero lo que a su juicio se acentuaba por horas era el parecido con Reyes abuelo, con don Pedro Reyes, sobre todo en una arruga de la frente, en las líneas de la nariz y en la mueca característica de los labios.
Pero si Bonis había consentido en continuar sus relaciones por escrito, se había opuesto en absoluto a que la cómica le escribiese a él directamente.
Sr. García, vengo a pagar a usted aquel piquillo.... ¿Qué piquillo? Los seis mil reales que usted tuvo la amabilidad.... ¿Qué amabilidad?, quiero decir, ¿qué seis mil reales?... Usted no me debe nada. ¡Qué bromista es usted! dijo Bonis, que más estaba para recibir los Santos Sacramentos que para chistes. Y se dejó caer en una silla y empezó a contar onzas sobre una mesa.
Pero si en la pura región de las ideas, como hubiera pensado Bonis, esto era corriente, el sentido íntimo le decía a Emma que del dicho al hecho hay mucho trecho; que ella no llegaría a faltar a su Bonis, como no se la apurase mucho, como no fuera en un momento de locura, suscitado por un príncipe ruso u otro personaje de mérito excepcional; y que, aun así, tenía ella que convertirse en otra, violentarse mucho.
Satisfecho de sí mismo hasta cierto punto, en medio de aquella desolación moral, contemplaba la rectitud de su alma, que rechazaba sofismas vanos y gritaba: «¡robar, robar!». Lo cual no impidió que Bonis se lavase y vistiera lo más de prisa que pudo y saliese de casa sin ser visto ni oído, con ánimo de estar de vuelta antes que Emma despertase.
Palabra del Dia
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