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Actualizado: 1 de julio de 2025


Dígalo si no la familia que en este momento hace su entrada triunfal en uno de ellos y permanece en pie despojándose de los abrigos, mientras los espectadores divierten por un instante la vista de la escena y la fijan en ellos, hasta que se sientan. Son los señores de Belinchón.

Como es natural, tales picardías despertaban fuerte clamoreo en los partidarios de Belinchón, rabiosas diatribas por parte del Faro, y tumultos sin cuento en las sesiones municipales.. Pero a Maza se le daba por todo una higa.

Indignó la gacetilla en alto grado a todos los amigos de Belinchón, e hizo crecer en sus corazones el fuego de la venganza. Por lo bien escrita y malintencionada, achacábase comúnmente a Sinforoso Suárez. ¿Cómo? ¿Sinforoso no era el redactor principal de El Faro, el amigo fiel y edecán de don Rosendo? Ya no.

Formóse un grupo a la puerta de la morada de los señores de Belinchón, que estaba situada en la Rúa Nueva, la calle más principal de Sarrió, y era grande y suntuosa para lo que allí se estilaba. Como Gonzalo no había cenado aún, don Rosendo le invitó a subir a hacerlo con ellos tan de veras, y con palabras tan apremiantes, que el joven, que no deseaba otra cosa, concluyó por aceptar.

Por este tiempo conoció, o para hablar con más propiedad, trató, pues en Sarrió todos se conocían, a su novia actual, la señorita de Belinchón. Un día su tío le envió a casa del rico comerciante con encargo de preguntarle si podría darle una letra sobre Manila.

El Duque, cada vez más inquieto, le dijo: Serénese usted, señora. Soy un verdadero amigo de usted y de Belinchón. Cualquiera que sea el disgusto que usted tenga, yo lo comparto como si fuese mío también, y estoy dispuesto a hacer todo lo que esté de mi parte para calmarlo. Muchas gracias... muchas gracias murmuró la señora sin separar el pañuelo de los ojos.

Saberlo Belinchón y escribirle una carta ofreciéndole su casa, fué todo uno. El Duque rehusó, como era natural, dándole gracias muy expresivas.

AménDespués, don Alfonso VII nos da ocho pueblos al otro lado del Guadalquivir, varios hornos, dos castillos, las salinas de Belinchón y el diezmo de toda la moneda que se labrase en Toledo, para el vestuario de los prebendados.

Y acomodados en los otros, don Feliciano, don Rudesindo, Navarro, don Jerónimo de la Fuente y algunos varones más de los que seguían la bandera del glorioso Belinchón. Al llegar al medio de la Nozaleda, el Duque mandó hacer alto sorprendido de ver aquella muchedumbre abigarrada ocupando la extensa llanura del prado. Era un hombre de unos cuarenta y seis años.

Mandó, sin embargo, al criado a la de Belinchón, a preguntar qué sabían de su sobrino. Enteróse el criado inmediatamente de lo acaecido, pero no se atrevió a decírselo a su señor. Le trajo el recado de que Gonzalo se hallaba en Tejada bueno. Pasó aquel día así.

Palabra del Dia

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