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Actualizado: 28 de junio de 2025
Quedaron solos el enfermo y el confesor. De Pas se acordó de su madre, de los Jesuitas, de Barinaga, de Glocester, de Mesía, de Foja, del Obispo, y aunque con repugnancia se decidió a sacar todo el partido posible de aquella conversión que se le venía a las manos. En un solo día ¡cuánta felicidad!
El Magistral vio aparecer por una esquina de la calle un bulto que se acercaba con paso vacilante, y que caminaba ya por la acera, ya por el arroyo. Era don Santos Barinaga, que volvía a su casa, tres puertas más arriba de la del Magistral, en la acera de enfrente . De Pas no le conoció hasta que le vio debajo de su balcón.
«Don Santos Barinaga, el rival mercantil de La Cruz Roja, la víctima del monopolio ilegal y escandaloso de doña Paula y su hijo; el pobre don Santos, se moría sin remedio, según don Robustiano Somoza, el médico de la aristocracia cuyas ideas no eran sospechosas». ¿Y de qué dirán ustedes que se muere? preguntaba Foja en un corrillo, delante de la catedral, al salir de misa de doce.
«No había muerto el gran Barinaga, aquel mártir de las ideas, dentro de ninguna confesión cristiana; luego era contradictorio...». Deje usted, deje usted había advertido Foja con mal gesto . No seamos intransigentes, no extrememos las cosas. Es de más efecto que se rece. Esto no es una manifestación anti-católica observó el maestro de escuela. Es anti-clerical dijo otro liberal probado.
Pues el Provisor desnuda a todos los santos para vestirse él. Es un pillo, a fe de Barinaga, un pillo que ya sé yo de qué muerte va a morir. Barinaga olía a aguardiente. Era el olor de su bilis. Don Cayetano se encogió de hombros y dio media vuelta.
Palabra del Dia
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