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Actualizado: 6 de junio de 2025


Herberto, es demasiada crueldad la tuya dijo llorando, demasiada crueldad... después de todo lo que he hecho para ayudarte. ¿No tienes lástima, no tienes... compasión? No, no tengo ninguna aulló. Quiero dinero, y debo obtenerlo. Me tienes que pagar mil libras en el término de una semana... ¿has oído? ¿Pero cómo puedo hacer eso? Espera y más tarde te daré esa suma, te lo prometo.

Vivo con muy poco y estoy dispuesta á imponerme todavía mayores privaciones; pero ¿no podréis y Elena limitar vuestros gastos, sin perder el rango que ella merece por ser esposa tuya? Tu mujer, que es tan rica, ¿no puede ayudarte en el sostenimiento de tu casa?...» El marqués cesó de leer.

Reuní todo mi valor, y con la cara oculta en su cuello, le dije en un sollozo: Marta, quiero ayudarte. Siguió un largo silencio, y cuando alcé los ojos, vi vagar por sus labios una sonrisa indeciblemente amarga y triste. Entonces me tomó la cabeza entre sus manos, me besó en la frente y me dijo: Ven, voy a acostarte, querida. Yo nada tengo, pero , me parece que tienes fiebre.

Puede ser que resida en otra parte de Florencia, dado lo que sabemos. Pues debes descubrirlo. Es imprescindible que yo sepa todo lo concerniente a él antes que me vaya de aquí; por consiguiente, voy a ayudarte a vigilar su vuelta. Babbo sacudió la cabeza y empezó a jugar con su cigarro, que estaba ansioso poder fumar. No, signore.

No he querido preguntarte nada; esperaba tus confidencias. lees tan bien siempre lo que pasa en mi corazón, que muy pocas cosas tengo que contarte, creo... Esas pocas cosas yo debo saberlas, sin embargo... ¿Huberto Martholl te gusta? Me gusta, madre querida... ¿Y bien? Es que... Veamos, voy a ayudarte, querida mía; ¿sabes si le gustas a él?

Yo estoy dispuesta a ayudarte todo lo que pueda. No debiera hacerlo; pero tengo caridad y me hago cargo de las flaquezas humanas. Otra tomaría por la calle de en medio; yo creo que en cosas tan delicadas se debe proceder con cierto ten con ten.

Para ayudarte a orillar las primeras dificultades, te recomiendo al Cura, que sabe tan bien como yo, y hasta mucho mejor que yo, de qué pie cojea cada uno de sus feligreses. También te puede servir de ayuda, y buena, Neluco Celis, el médico; que aunque mozo, tiene una voluntad de perlas para estas cosas, gran ojo y mayor entendimiento.

Mas, con grandes risotadas le detuvo la señoril y hambrienta turba, y alcanzándole Leopoldina Pastor por los cortos faldones de la bata, le gritaba muerta de risa: ¿Pero dónde vas, Fernandito?... ¡No te vayas, hombre!... ¡Si para sentir es menester comer!... ¡Si nosotros venimos a ayudarte!...

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