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Actualizado: 2 de junio de 2025


Entregado entonces el genio occidental á sus propias fuerzas, el gusto bizantino ó neo-griego solo entra en sus concepciones como auxiliar para la ornamentacion, al paso que el genio arábigo le adopta como fundamento.

Cuando yo decir "Dulcinea del Toboso", quedé atónito y suspenso, porque luego se me representó que aquellos cartapacios contenían la historia de don Quijote. Con esta imaginación, le di priesa que leyese el principio, y, haciéndolo ansí, volviendo de improviso el arábigo en castellano, dijo que decía: Historia de don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo.

K. Wessely, y en lo arábigo el Sr. J. Karabacek, de quien es también la Introducción de la obra.

Sinembargo, se conserva en todo el aspecto de la ciudad el aire arábigo, tanto por la estructura de las calles y del conjunto de las casas, como por las formas de los monumentos mas notables, la naturaleza de fabricacion y cultivo, y sobre todo la fisonomía de la raza. Córdoba es por excelencia una ciudad pretérita un santuario de recuerdos múltiples, pero orientales principalmente.

Véase la lámina Vista interior de la mezquita. Véase la nota 2, pág. 122. Debió ser en idioma arábigo esta predicacion de los dos cristianos dentro de la mezquita mayor, porque de lo contrario no hubieran sido comprendidos.

Uno de los hypercríticos que junto á el estaban, le dixo en un entre-acto: Hace vm. muy mal en llorar; esa comedianta es malísima, y el que representa con ella peor todavía, y peor la tragedia que los actores: el autor no sabe palabra de arábigo, y ha puesto la escena en la Arabia; sin contar con que es hombre que cree que no hay ideas innatas: mañana le traeré á vm. veinte folletos contra él.

Y, por último, en la época de las dos primeras grandes invasiones africanas, la de los almoravides y la de los almohades, que en España prevalecieron y duraron, el elemento arábigo entró por muy poco. Los invasores y dominadores de España fueron africanos bárbaros, que no pudieron traer ni trajeron ningún principio civilizador á nuestra Península.

Cuenta Cide Hamete Benengeli, autor arábigo y manchego, en esta gravísima, altisonante, mínima, dulce e imaginada historia que, después que entre el famoso don Quijote de la Mancha y Sancho Panza, su escudero, pasaron aquellas razones que en el fin del capítulo veinte y uno quedan referidas, que don Quijote alzó los ojos y vio que por el camino que llevaba venían hasta doce hombres a pie, ensartados, como cuentas, en una gran cadena de hierro por los cuellos, y todos con esposas a las manos. Venían ansimismo con ellos dos hombres de a caballo y dos de a pie; los de a caballo, con escopetas de rueda, y los de a pie, con dardos y espadas; y que así como Sancho Panza los vido, dijo:

Supe que sabía muy bien arábigo, y no solamente hablarlo, sino escribirlo; pero, antes que del todo me declarase con él, le dije que me leyese aquel papel, que acaso me había hallado en un agujero de mi rancho. Abrióle, y estuvo un buen espacio mirándole y construyéndole, murmurando entre los dientes.

- debes, Sancho -dijo don Quijote-, errarte en el sobrenombre de ese Cide, que en arábigo quiere decir señor. -Bien podría ser -replicó Sancho-, mas, si vuestra merced gusta que yo le haga venir aquí, iré por él en volandas. -Harásme mucho placer, amigo -dijo don Quijote-, que me tiene suspenso lo que me has dicho, y no comeré bocado que bien me sepa hasta ser informado de todo.

Palabra del Dia

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