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Se cansa de aplaudir cuando escucha las óperas de Rossini, de Donizetti y de Auber: diríase que un millón de notas, revueltas en sabrosa ensalada, tiene un no qué que halaga los oídos de esas gentes.

Ya hemos dicho que no nos incumbe escribir aquí la vida de Goethe. Baste lo apuntado rápidamente para desvanecer infundadas censuras. Que él diese culto a su clara inteligencia y a sus otras facultades, no se debe censurar sino aplaudir. Es un deber cuidar de los talentos que Dios nos confía.

Pero hay otra parte de la sociedad que es preciso moralizar, enseñar a obedecer, a entusiasmarse cuando deba entusiasmarse, a aplaudir cuando deba aplaudir, a callar cuando deba callar. Con la posesión de la Suma del Poder público, la Sala de Representantes queda inútil, puesto que la ley emana directamente de la persona del jefe de la República.

Estar despierto; nada más. Por la noche, es verdad, hay un poco de teatro, y tiene un elegante el desahogo inocente de venir a silbar un rato la mala voz del bufo caricato, o a aplaudir la linda cara de la altra prima donna; pero ni se proporciona tampoco todos los días, ni se divierte en esto sino un muy reducido número de personas, las cuales, entre paréntesis, son siempre las mismas, y forman un pueblo chico de costumbres extranjeras, embutido dentro de otro grande de costumbres patrias, como un cucurucho menor metido en un cucurucho mayor.

Pisando gente entró la pareja, y el viejo pasó a empujones de banco en banco, abofeteando a todos con su capa caída y contestando con desesperados manoteos a los insultos y amenazas, mientras que el público rompía a aplaudir estrepitosamente, para animar a Franchetti, que había interrumpido su canto.

Y, con un gesto a lo Thuillier, el gran cirujano se lanzó sobre el enfermo, quien, bajo la influencia del cloroformo, había comenzado a cantar unas peteneras. Los admiradores no pudieron contenerse y rompieron a aplaudir. Van ustedes a ver con qué rapidez procedo añadió el gran cirujano . Toda la operación se reduce a tres trazos. ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas!...

Esta iniciativa fue contagiosa, y todos batieron las manos, extendiéndose sobre el río un estrépito semejante al del granizo chocando con el cristal. «¡Buenos Aires!... ¡Viva Buenos Aires!» Y cesaban de aplaudir para echar en alto gorras y sombreros. Un enjambre de puntos negros subía y bajaba sobre la proa del Goethe.

Los que no lo tenían se contentaban con sonreír y aplaudir estúpidamente los chistes de los otros. Se daban interminables bromas a las niñas, sobre los aspirantes a sus respectivas manos, y aquéllas se defendían como de costumbre, con las clásicas respuestas: «No por qué dice usted eso. Le han informado a usted muy mal.

Representáronse «Los esposos descontentos», ópera cómica de Dubuisson y Storace, y «El sordo», comedia en tres actos, de Desforgues; y el público, que había pagado los palcos á dos y tres libras, no cesó de aplaudir á los artistas.

¡Orden y conveniencia! gritó el portero . Si no, en nombre de Su Majestad les echo a todos a la calle. Aquí no hay ninguna Majestad dijo D. Paco. La Majestad son las Cortes, señor esparaván afirmó con enfado un galerio. Es de los que vienen a aplaudir cuando rebuzna Ostolaza dijo otro señalando a don Paco.