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Actualizado: 13 de noviembre de 2025


Apliquemos ahora a la amena literatura lo que de la estatuaria hemos dicho. Fácil es sacar las siguientes consecuencias: Que a tal literatura se le debe quitar el epíteto de amena. Que si no es amena no es útil tampoco, porque nos desazona y aflige mostrándonos el mal, con todos sus asquerosos y horribles pormenores y no nos ofrece remedio alguno.

Cuántas veces en los días festivos, solíamos atravesar el río Hudson e internarnos en las hermosas arboledas de las Palisades o recorríamos las avenidas del Parque Central, y allí transcurrían insensiblemente las horas, bajo la influencia de su palabra sana y amena que hacía olvidar el bullicio de la metrópoli.

Por ahí se va a la vida y a la libertad de las planicies soleadas, al bullicio de las ciudades, a las damas elegantes y a los hombres bien vestidos, a la conversación culta y amena, a los salones alfombrados, al libro, al teatro, al periódico, al Casino, al Ateneo... ¡mientras que por aquí!...

Bautizados, pues, allí los niños, prosiguió con ellos su viaje, pero hallaron desiertas las Rancherías; porque el demonio, que llevaba mal tantas ventajas de la gloria divina, había con infernal astucia persuadido á la gente que se mudasen á otro lugar donde no les pudiesen hallar tan fácilmente; fueron no obstante esto siguiendo el rastro, y al salir de una espesa selva dieron en una bellísima campaña, muy amena y alegre á la vista; pero por la mayor parte pantanosa, por los muchos manantiales de agua que en ella había.

Era aquella una sociedad amena, y educada, llena de tradiciones de cortesía, y en las que contaba sin saberlo con gran número de parientes y allegados. En obsequio a mi nombre, a mi belleza, y a mi dote fuéronme perdonados muchísimos pecados.

Tornó a quedarse el joven solo. No tardó en abrirse nuevamente el valle, ofreciéndose a los ojos del viajero con amena perspectiva. Era más fértil y frondoso que el de Navaliego, pero menos extenso: un río de respetable caudal corría por el medio: las colinas, que por todas partes lo circundaban, de mediana elevación y cubiertas de árboles.

En la sociedad madrileña, la más amena del mundo porque ha sabido combinar la cortesía con la confianza, hay algunos Pepes, Manolitos y Pacos que, aun después de haber conquistado la celebridad por diferentes conceptos, continúan nombrados con esta familiaridad democrática que demuestra la llaneza castiza del carácter español.

Por eso escribo hoy acerca de La Puchera, no precisamente por ser obra montañesa, sino por ser el mejor libro de amena literatura que en estos últimos tiempos ha aparecido en España. Quién sea Pereda, y cuál el valor de sus escritos, no necesito yo declarárselo a un público que ya comienza, aunque algo tardíamente, a hacerle justicia y a conocerle y admirarle.

Bien pronto la variedad amena del camino divertió á la condesa de los tristes recuerdos que le asaltaron á la vista de su antigua morada. La garganta por donde caminaban era estrechísima. Formábanla dos enormes montañas calizas cortadas verticalmente, de suerte que era tan estrecha por arriba como por abajo.

Los hombres de letras refugiábanse aterrados en la amena literatura, como último albergue del pensamiento. Limitábanse a producir novelas picarescas o comedias en las que se ensalzaba un honor fiero que sólo existía en la imaginación de los poetas, mientras reinaba la mayor corrupción en las costumbres.

Palabra del Dia

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