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Actualizado: 6 de junio de 2025
Después de estas noticias se atrevió á salir del pabellón. Vió su jardín destrozado, pero hermoso. Los árboles guardaban impasibles los ultrajes sufridos en sus troncos. Los pájaros aleteaban con sorpresa y regocijo al verse dueños otra vez del espacio abandonado por la inundación humana. Pronto se arrepintió Desnoyers de su salida.
Algunos grupos de árboles, algunos setos verdes y las techumbres de varias granjas alteraban la monotonía del paisaje. Los campos estaban cubiertos de rastrojos de la cosecha reciente. Los pajares abullonaban el suelo con sus conos amarillentos, que empezaban á obscurecerse tomando un tono de oro oxidado. En las vallas aleteaban los pájaros sacudiendo el rocío del amanecer.
En lo alto, como bóveda del gran redondel, el cielo azul, infinito, sin la más leve vedija de vapor, cruzado algunas veces por una serpenteada fila de palomos, que aleteaban impasibles, sin dar importancia a la extraña reunión de tantos miles de personas. Eran las cuatro de la tarde y se impacientaba la gente.
A pocos pasos de él, una docena de gallinas picoteaban en un barreño, y por encima de los travesaños y redes de los telares aleteaban los palomos, lanzando su arrullo adormecedor. ¿Eres tú, Juanito? exclamó el tío al levantar la cabeza . No te esperaba. ¿Vienes para que hagamos juntos las estaciones? Pues no pienso salir hasta la tarde.
«¡Que no lo maten!», gritó una buena alma en los tendidos; y como si estas palabras reflejaran el pensamiento de todo el público, una explosión de voces conmovió la plaza, al mismo tiempo que millares de pañuelos aleteaban en los tendidos como bandas de palomas. «¡Que no lo maten!» En aquel instante, la muchedumbre, movida por confusa ternura, despreciaba su propia diversión, aborrecía al torero con su traje vistoso y su heroicidad inútil, admiraba el valor de la bestia, y sentíase inferior a ella, reconociendo que, entre tantos miles de racionales, la nobleza y la sensibilidad estaban representadas por el pobre animal.
Unas gaviotas blancas y arrulladoras como las palomas de Afrodita aleteaban sobre las caricias y los encuentros amorosos de esta parentela inmortal entregada al sereno incesto, privilegio de los dioses.
La señora siguió adelante, pasando por entre los puestos de la miel, donde aleteaban las avispas, apelotonándose sobre el barniz de las pequeñas tinajas. Doña Manuela iba siguiendo los callejones tortuosos formados por las mesas cercanas al mercadillo de las flores.
Los buques y los edificios se reproducían invertidos en su profundidad. Ondulaban en este espejo los mástiles y las arboledas, como serpientes de varios colores. El Goethe, al avanzar, rompía en mil pedazos este mundo fantástico, y los fragmentos de buques y casas alejábanse en los repliegues de las temblonas aguas, sobre las cuales aleteaban las gaviotas.
Los aguiluchos aleteaban al ver interrumpido su sueño por el arrastre de extraños cuadrúpedos que, abrumados por su giba, avanzaban por el filo de los precipicios, haciendo rodar los guijarros con sus manos desolladas, en el vacío de lóbregas profundidades.
Aleteaban lo mismo que enormes libélulas; abríase su tropa en varias direcciones formando abanico, y así volaban a gran distancia a ras del Océano, trazando sobre él restos y sutiles surcos, hasta que el cansancio de la fuga los obligaba a sumergirse otra vez.
Palabra del Dia
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