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Actualizado: 22 de julio de 2025
Este virrey, tan apasionado por el cáustico y libertino poeta de las adivinanzas, no pudo soportar que el religioso de San Agustín fray Juan Alcedo le llevase personalmente y recomendase la lectura de un manuscrito. Era éste una sátira, en medianos versos, sobre la conducta de los españoles en América.
Estos manobos son de raza malaya y habitan la cuenca del rio Agusan desde Moncayo hasta Butuan: tambien se hallan en otros sitios de la isla principalmente en el cabo de San Agustin, en la costa oriental de Davao y en la isla de Tumanao ó Sarangani del Este.
Tan rara es, en efecto, que á pesar de nuestras diligentes investigaciones en la Biblioteca Nacional; en la de D. Agustín Durán, hoy de la Biblioteca, y en otras particulares, ricas en obras de esta especie, no nos ha sido posible encontrarla.
Refiere S. AGUSTIN, que las reliquias de los Santos Mártires Gervasio, y Protasio se aplicaron á un ciego, que ya muchos años lo era, y recobró milagrosamente la vista.
Estas retenciones de bilis le producían a don Agustín algunos disturbios en el estómago; estuvo tentado algunas veces a dejar la casa, pero le dolía en el alma abandonar un gabinete muy gentil al mediodía, que él había amueblado con particular esmero.
D. Agustin Pinedo, se dijo: Que se conforma con el voto del Sr. D. Cornelio Saavedra, con el mismo aditamento de que tenga voto decisivo el Sr. Síndico Procurador. Por el Sr. D. Mariano Larrazabal, se dijo: Que igualmente se conforma con el voto del Sr. D. Cornelio Saavedra, y que precisamente tenga voto decisivo el Sr. Síndico Procurador. Por el Sr.
El P. San Agustin y el P. Colin escribieron de oidas; porqué, sino, no es posible que digeran lo que dicen. Chirino mismo no se atreve
Ya sabía ella lo que tenía que decir. Primero, mucha ira, mucha protesta de dignidad, mucha palabrería contra Amparo y Agustín, después una serie de modulaciones de transición. Era evidente que Isabelita necesitaba baños de mar y Alfonsito también... Ante esta necesidad, los gustos de ella, sus escrúpulos, no tenían ningún valor.
Don Cayetano, que sabía ponerse serio, llegado el caso, procuró convencer a su amiguita de que su piedad, si era suficiente para una mujer honrada en el mundo, no bastaba para los sacrificios del claustro. «Todo aquello de haber llorado de amor leyendo a San Agustín y a San Juan de la Cruz no valía nada; había sido cosa de la edad crítica que atravesaba entonces.
3 El premio en la misma pena, de D. Agustín Moreto. 4 Cuerdos hacen escarmientos, de Francisco de Villegas. 5 Hacer del amor agravio, de un ingenio de esta corte. 6 El mancebón de los palacios, de D. Juan Vélez de Guevara. 7 La conquista de Méjico, de Fernando de Zárate. 8 El príncipe Viñador, de Luis Vélez. 9 El valeroso español y primero de su casa, de Gaspar de Ávila.
Palabra del Dia
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