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Actualizado: 25 de mayo de 2025


De pronto, se vieron paseando cogidos del brazo, sin hablar, sin mirarse, pero sabiendo por mutua adivinación que la persona del uno ocupaba por entero el pensamiento del otro... Nadie en la cubierta. Sus pasos lentos resonaban lo mismo que en un claustro abandonado.

La perspicacia mujeril la prestó adivinación, y la niña fue advirtiendo que aquel hombre tenía repartido su corazón entre un amor naciente y otro sentimiento más vivo, más avasallor y poderoso.

No faltaban allí, sin embargo, estas, y era la más notable el retrato de un caballero, tipo de arrogancia y varonil hermosura, pintado por Van Dyck en Inglaterra, al mismo tiempo que aquel otro famoso de Carlos I, imagen admirable en que se refleja, junto al orgullo del monarca, una especie de adivinación de su trágica desventura.

Dorotea era violenta; tenía, como la mayor parte de las gentes poco instruídas de aquel tiempo, ideas sumamente supersticiosas; ya, por alguno de sus amantes, la había visto el bufón recurrir á los medios reprobados de bebedizo, de los conjuros, de las hechicerías; si la superstición de Dorotea llegaba hasta el punto, como no era difícil, de querer adquirir la mentida ciencia de la adivinación y de los sortilegios, podía suceder que la Inquisición, implacable con todo lo que tendía á empañar la fe de la religión, se apoderase de ella.

El excelentísimo señor Tal, era para ellos un congrio; el ilustre orador Cual, que ocupaba con su prosa más de una resma de papel en el Diario de Sesiones, era un percebe; cada acto del parlamento les parecía un disparate, aunque por exigencias de la vida dijeran lo contrario en sus periódicos, y lo más extraño era que el país, con misteriosa adivinación, repetía lo mismo que ellos pensaron en el primer impulso de su ardor juvenil.

Vivía en el escándalo, sostenida por el ejemplo de otros escándalos mayores, y aunque alguna vez nacía y se agitaba en su alma como un misterioso prurito del bien, una especie de adivinación que ella no podía precisar, eran tales las exigencias de la naturaleza en ella, que no podía, ni en pensamiento, separar su persona de la persona de aquel monstruo. ¡Irresistible atracción la de un gigante que ni era listo, ni simpático, ni noble, ni siquiera guapo!

Esta tarde, después del , he hablado con ella, si es que nuestra conversación puede llamarse hablar. Sabe un poquito de francés y otro poquito de español. Yo no conozco una palabra de inglés; pero al fin nos hemos entendido por adivinación.

Apenas se daba cuenta la señora de Roldan del arte o de la adivinación con que una chicuela que se había criado entre pillería andrajosa y casi en medio de la calle, como vaca sin cencerro, se había hecho sujeto capaz de tan repentina elegancia.

En el fondo oscuro, sus ojos sagaces descubren de pronto un bulto inmóvil, sin contorno ni faz, que simula la vieja escultura de algún santo. Se acerca más. Alarga una mano en las tinieblas, y antes de haber palpado, va siente como un fulgor de adivinación. Es Don Farruquiño. ¡Ah!... Sacrílego, te había reconocido. DON FARRUQUI

Al acercarse a la puerta, pegado a la pared, por huir del fango, Mesía creyó sentir la corazonada verdadera, la que él llamaba así, porque era como una adivinación instantánea, una especie de doble vista.

Palabra del Dia

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