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Actualizado: 11 de junio de 2025
Asi velaba en medio de dos mundos Los vivos y los muertos custodiando, Cuando un rumor los ámbitos llenando La montaña en su base conmovió. ¿Quién vive? preguntó, y tristes voces «Quien murió por la Patria,» contestaron, Y cuarenta adalides avanzaron Alzando un desgarrado pabellon.
«En el nombre de Dios pusieron en obra la dicha población et andaron por todas las otras muelas que están cerca esta villa, et non hubieron tan buenos señales como en esta muela do es agora la villa de Teruel. Et los adalides et los mas sabidores de tal fecha subieron a la muela et allí do es agora la plaza de mana en el alba trobaron un bel toro et andaba una bella estrella sobre él.
E luego que los vido el toro comenzó a bramar et fuir et luego lo trobaron manso et digeron los adalides que aquí habían buenas señales por fer la población do aquel toro les clamaba; et daquel encuentro daquel toro tomaron señal. «Et por esto facen en la señal toro y estrella.....
Comíale el prurito de la solemnidad y de las grandes frases, y más de una vez le arrastraron sus obsesiones parlamentarias al extremo de replicar a su mujer en un diálogo prosaico sobre temas de cocina, con un «¡Su señoría se equivoca!» que, por lo campanudo y resonante, hubieran envidiado los más famosos adalides del Congreso.
Y mientras tu amo el látigo sangriento Hace sobre tu espalda resonar, Yo empuñaré el azote del tormento Para tu nombre infame flajelar. Tu nombre dije! En qué gloriosas lides Entre la voz del plomo resonó? Entre qué renombrados adalides Tu acero vencedor relampagueó?
Apenas comienzan el combate, se escapa la espada de las manos débiles de Don Pedro; su adversario se opone á aprovecharse de esta ventaja, que se le presenta, y su generosidad trae consigo la reconciliación de los dos adalides, prometiendo Don Jerónimo, bajo solemne juramento, no decir á nadie, con arreglo á las ideas sobre el honor, dominantes entonces en España, cuál ha sido el desenlace del desafío, humillante para Don Pedro.
Sospechaba que había de heredar algo de la extravagante locura materna y de la ligera futilidad de su padre, y que una inquietud sin propósito había de tejer la tela de su vida. Pero el pueblo español era grande, y de su seno surgirían adalides que venciesen y dominasen.
En la última escena de la comedia, en la Plaza Mayor de Valladolid, se ve al Rey con su corte, y un concurso numeroso de espectadores, que se apiñan junto á las barreras. Comienza el combate, y ambos adalides pelean con un valor tan heróico, que el Emperador se interpone entre ellos, y los obliga á separarse, mereciendo ambos la victoria, y por tanto también no ser considerados como culpables.
Froude, que, á pesar de tantas revoluciones estériles, la tierra de España no está más seca ni desolada que en tiempo de los Reyes Católicos ó del emperador Carlos V; doy por seguro que ni los políticos ni los adalides dichosos han de faltarnos, y que si no perdemos la confianza y la esperanza, ha de pasar pronto la mala hora y ha de sernos al cabo propicia la fortuna, con tal de que no la neguemos echándonos toda la culpa, y con tal de que no se lo atribuyamos todo para disculparnos ó para cruzarnos de brazos.
Palabra del Dia
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